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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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El amor está en el aire JORDI PUNTÍ

El pasado domingo estaba viendo por la tele la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos cuando de repente, en la noche de Sydney, se oyeron los compases iniciales de la canción Love is in the air, y entonces hizo su aparición en el escenario la rutilante figura de John Paul Young. Enfundado en un traje plateado de solapas tiesas, como una balaustrada caída del Guggenheim de Bilbao, John Paul -de los Young de Australia, como los hermanos de AC / DC y de Flash & the Pan- lucía peluquín antediluviano y se movía con parsimonia, intentando seguir ese ritmo que él mismo puso de moda hace más de dos décadas. El susto fue considerable, y debo reconocer que esa música discotequera y facilona, apoyada en una de las letras más ingenuamente felices que se han perpetrado, me hizo revivir ciertas tardes de mi adolescencia, cuando me aventuraba en la pista de los autos de choque y por los altavoces potentísimos sonaba ese mensaje ensordecedor: "Love is in the air, and everywhere I look around...". Quizá en esa época el amor estaba en el aire y por todas partes, sí, pero sólo para unos cuantos, porque bajo el toldo de la feria yo ni lo olía, ni siquiera lo husmeaba, y así me concentraba en chocar cada vez más fuerte con mi auto.Hoy en día, el amor sigue estando en el aire, al salir el sol y en el atardecer, y desde hace una temporada -como si quisieran marcar el signo de los tiempos- una legión de viejos melancólicos ha vuelto rejuvenecida (es un decir) para recordárnoslo con sus viejos éxitos. ¿Acaso no había en Australia alguien más apropiado para salir y enloquecer al público?, se preguntarán muchos. No, no lo creo. Olivia Newton-John ya había actuado en la inauguración, y aunque no hubiera estado nada mal oír de nuevo las voces de castrati sexagenarios de los Bee Gees (otros australianos ilustres), John Paul Young era, más allá de su música, una apuesta por el revival más ultramoderno. Un día u otro todo vuelve, y como diría Joaquín Luqui: "Tres, dos, uno, tú y yo lo sabíamos: están aquí y han venido para quedarse".

Tres son, pues, los space cowboys musicales que junto a John Paul Young han resucitado en los últimos tiempos, y el primero en ser convocado debe ser Tom Jones, colágeno y sudor, porque su irrupción ha sido como un terremoto. Me di cuenta el otro día, cuando en el autobús escuché a dos quinceañeros que discutían para decidir cuál era la mejor canción del astro galés; no se ponían de acuerdo entre Sex bomb -una bomba sexual...- e It's not inusual, pero en cambio coincidieron en que se trataba de "la mejor voz que ha cantado nunca". Me admiré de que Tom Jones hubiera llegado a las nuevas generaciones con tanta facilidad y pensé que, puestos a recuperar, no estaría mal volver a escuchar esa versión nostrada de It's not inusual que hace un montón de años grabó Lleó Segarra con el título de No és res d'excepcional: "No és res d'excepcional que t'estimi qualsevol", decía la adaptación de Ramon Folch i Camarasa, y todavía hoy me siento capaz de tararearla: "No és res d'excepcional flirtejar amb qualsevol...".

El tercer invitado a este hall de la fama improvisado es el más espiritual de todos: Al Green. En la actualidad, esta antigua figura del soul es pastor y propietario de una iglesia gospel en Memphis, y como tal actúa allí cada semana. En este rol episcopal apareció en algunos capítulos de la serie Ally McBeal, donde los guionistas le escribieron un papel hecho a medida. Más orondo que cuando salía medio desnudo y con peinado afro en las portadas de sus discos, Al Green cantaba sus antiguos éxitos y recordaba a la anoréxica protagonista que sin amor no vale la pena vivir. La pobre Ally se derritía cuando escuchaba su falsete tan peculiar, y es que Al Green ha cantado como nadie los secretos del amor, tanto es así que uno de sus hits fue L-O-V-E (LOVE), donde el muy caradura le decía a una chica desesperada: "Empecé a escribir esta canción sobre ti, y luego decidí que la escribiría toda sobre el amor; me pareció entonces que no eras feliz, lo cual demuestra que el mundo está hecho de... loooove".

El cuarto romántico de la pandilla necesita una escenografía especial: la habitación está en penumbra; en una esquina, una lámpara de lava despide tonalidades verdosas hasta que, de repente, un foco ilumina una bola de espejos fijada en el techo. Entonces una voz cavernosa susurra un I love you de ultratumba y pide que dejemos sonar la música... Quien canta en este ambiente de hotel de Las Vegas no es otro que Barry White, kilos de sensualidad, que hace poco se ha encaramado a las listas de éxitos con una antología de viejos murmullos seductores disfrazados de canciones de amor: por ejemplo, I can't get enough for your love, que podríamos traducir someramente como Nunca estoy ahíto de tu amor, baby y no le traicionaríamos. Barry White ha puesto música a los retozones de muchas parejas, y además de vender montones de discos tiene el gran honor de haber aparecido como personaje en Los Simpson. Con él se cierra este repaso a los cuatro mosqueteros del amor, cuya misión es recordarnos día a día que el amor, a pesar de todo, está en el aire, por todas partes.

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