Generación 'punto com'
Que la generación punto com, la de los chavales que tienen entre 12 y 16 años, está en Internet como Pedro por su casa es cosa sabida. Ellos, que nacieron con la Red, están hoy ofreciendo al mundo un nuevo tipo de niño emprendedor que emplea a sus padres y hermanos en su empresa de servicios on line y comienza así una carrera del millonario-adolescente que asombra a propios y extraños. Esos niños, unos monstruos de la virtualidad y de los negocios, muestran al mundo que Bill Gates es una anécdota ante el futuro que les espera a ellos, que a los 14 años ya son directores generales de una entelequia que vive en el aire pero que da rentas contantes y sonantes. ¿Adónde pueden llegar los niños prodigio del business virtual? Da vértigo pensarlo. El niño empresario es, en su precocidad para las finanzas y las conexiones cibernéticas, un producto estrella de nuestra época que deja en el más absoluto ridículo a todo aquel que a los 20 años sigue empeñado en estudiar una carrera o un oficio. Desde luego. El modelo del niño genio de los negocios, el self made child, una infantilización del mito del hombre hecho a sí mismo, es ya un fetiche global que acaso marque a toda esta generación que los americanos llaman punto com; una generación sin fronteras porque existe y se relaciona en un espacio virtual para hacer milagrosos beneficios económicos reales.La historia de Jonathan Lebed, un escolar de 15 años de New Jersey, pero que podía haber sido de L'Hospitalet, que ganó más de 50 millones de pesetas manipulando informaciones bursátiles, como explicaba hace unos días el corresponsal de este diario en Nueva York, Enric González, es realmente ejemplar de la disponibilidad y el talante de los punto com. Jonathan empezó a comprar y vender acciones a los 12 años, tras participar con éxito en un concurso escolar para jóvenes con aficiones financieras. Con una conexión a Internet y una cuenta bancaria a nombre de su padre se puso a estudiar las cotizaciones; a los 14 años invirtió todas sus ganancias en valores muy poco conocidos y se dedicó a enviar mensajes a las tertulias electrónicas anunciando la fulminante subida de esos valores. ¡Y funcionó! En cuanto las acciones de esas empresas oscuras subían, Jonathan vendía. 50 millones, así de fácil. Niño modelo, chico listo, Jonathan no hacía sino adaptarse con provecho a lo que veía a su alrededor. Pero, hete aquí, que cuando se descubre su pericia de niño negociante en vez del esperado reconocimiento por haber logrado ¡los primeros 50 millones de su vida!, la Securities Exchange Commision (comisión del mercado de valores de Estados Unidos), en vez de ver en él a un futuro Rockefeller, le obliga a devolver las ganancias a cambio de no presentar cargos contra él. El chico sólo se dedicó a repetir un viejo truco: hacer subir las cotizaciones a base de rumores, contando con la credulidad y el papanatismo del mundo financiero. Pero esa habilidad, basada en la estupidez de la gente y el engaño del buen negociante, ese negocio tan estupendo y habitual, resulta que no admite novatos como Jonathan, a quien la comisión de valores acusó de ganancias ilegítimas.
El self made child no contaba con la moralina ni con la necesidad de hacer pasillos, aunque sea en Internet, y, en su ingenuidad, creyó en la libertad de los negocios y en que el ciberespacio existe para facilitar esos negocios. Esperaba un premio y le cae un castigo. Seguro que hoy Jonathan es un poco más cínico. En este otoño en que los antiglobales protestan más que nunca contra los beneficios que siempre gratifican a los más ricos y reclaman que el impuesto Tobin grabe esas nubes de dinero volante, la metáfora los niños financieros y la ejemplar historia de Jonathan aparecen como una amenaza desestabilizadora en ese mundo de los negocios infinitos. Es una vieja historia con formas nuevas: los cuervos crían cuervos y alguien acaba siempre sin ojos. Los punto com acechan a los hombres de Davos.
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