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Marxistas utópicos

Es posible que algún crítico perspicaz o fino jurista opine lo contrario, pero a mi entender la propuesta de Ley de la Generalitat Valenciana por la que se regulan las "uniones de hecho", de la que se ha informado estos días, es una pieza legal prudentísima y expresiva de cómo sus autores se conocen el paño social y las tarascadas que puede suscitar el citado anteproyecto. De ahí que en la exposición de motivos que justifican esta iniciativa insistan en lo que -de concurrir otras circunstancias- se nos antojaría un lugar común. Esto es, que aún subrayando que el matrimonio es la forma de unión predominante por estos pagos, anota que "otros tipos de unión demandan una regulación por parte de los poderes públicos", tanto más cuando estas uniones gozan de "un creciente nivel de aceptación social" y, además, vienen avaladas por el artículo dos del Estatuto de Autonomía y el 14 de la Constitución española, garantes de la libertad e igualdad de los ciudadanos.No obstante estos avales decisivos, el mentado proyecto soslaya antiguas y moralmente legitimadas reivindicaciones, como son el reconocimiento del matrimonio entre homosexuales, la adopción o los derechos de herencia. Se trata de un progreso que, imaginamos, se aplaza hasta el próximo siglo, que está a la vuelta de la esquina. Así han debido entenderlo los colectivos más directamente implicados, como son los gays y lesbianas, persuadidos de que, en estos asuntos, la prisa es un atraso y que, a la postre, el partido que gobierna acaba de asumir un riesgo considerable y suficiente por el momento. ¿O es que en este capítulo de libertades específicas puede la sociedad valenciana homologarse con la holandesa o nórdica?

Pues la sociedad o su inmensa mayoría cabe que sí, que esté curada de espanto. Otra cosa es que lo esté la jerarquía eclesiástica, secularmente desacompasada de las realidades ineluctables, lo que, obviamente, no merma ni empece su derecho a proclamar su norma y dogmática para adoctrinar a su propia grey. Por eso mismo nos parece coherente e inobjetable que el arzobispo de Valencia, Agustín García Gasco, manifieste su discrepancia y preocupación por el repetido proyecto legislativo.

A nuestro juicio, sin embargo, monseñor García Gasco se excede en su celo cuando mezcla churras con merinas al afirmar que todavía dependemos de utopías marxistas y que constituye un error basarse en ellas debido a que desconocen o desprecian la familia. ¿A qué utopías aludirá tan eminente pastor y quiénes serán los doctrinos que se acogen a ellas? La verdad es que nos sume en la perplejidad, pues los epígonos de Marx son más escasos que las setas este año y, por otra parte, las mentadas utopías no son en puridad más que un humanismo suscrito y suscribible por miríadas de cristianos.

Pero lejos de nosotros la idea de meternos en tales procelosidades filosóficas, siendo así que únicamente queremos resaltar un despropósito tan anacrónico como poco intelegible. O intelegible tan sólo si su objetivo es sembrar el pasmo entre la feligresía y los poderes políticos que pretenden alumbrar esta moderada ley. Aún así nos tememos que se trata de un argumentario muy frágil a poco que se vea la jeta de marxistas que exhiben los liberales del PP y se constate la madurez de una sociedad que ha tiempo esta liberada de viejas prédicas y demonios. Hoy el coco es otro.

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