De héroes y monstruos
La víspera del día que decidimos no ser héroes comienza con una ración de basura fresca servida en orinal por el Deia. Se trata de un chiste gráfico, si Forges, el Roto o Mingote me autorizan a llamar así a semejante cosa. Estamos en el concurso del euromillón; el concursante acierta en la primera viñeta la fecha del descubrimiento de América y en la segunda el resultado de multiplicar 128 por 332, pero en la tercera queda mudo ante la pregunta del millón: "¿cuántos muertos hacen falta para que el PP reconozca a los vascos el derecho legítimo a decidir por sí mismos?". Si sigue en esta línea el dibujante, que firma Ripa, podría abreviar y poner sólo "RIP". (Al día siguiente, la cagadita es de tono más ligero: "Cariño, el perro no quiere ir a la manifa por la paz y la Constitución. -¡Eso nos pasa por haber comprado un perro pastor vasco en lugar de una tortuga de agua!"). Ale, pues así es el buen humor de los nacionalistas moderados; en cuanto al malhumor de los menos moderados, véanse las esquelas.Los que decidimos no ser héroes queremos manifestarnos en defensa del estatuto de autonomía y de la Constitución. Pero en la parte superior de la página donde aparece el chiste citado en primer lugar, Arzallus nos revela que ese lema es una trampa "en un país en el que la Constitución fue aprobada por un escaso 30%. Si hubiera ido el lehendakari hubieran dicho que es el lehendakari de todos los vascos. ¿Desde cuándo un 30% es la totalidad? ¿Qué hubiéramos dicho el otro 70%?". No termino de entender el rompecabezas. Dado que el lehendakari lo es en virtud del estatuto sostenido por la Constitución, parece que Ibarretxe hubiera debido ir a la manifestación para demostrar que -si bien por lo visto no puede ser lehendakari de todos los vascos- es al menos el lehendakari de los vascos constitucionalistas. En vez de eso, prefiere asistir (anunciado como "lehendakari de Euskadi", no del 30% de sus ciudadanos) al Alderdi Eguna de Salburua, donde le aclaman quienes niegan el fundamento legal de su autoridad, quizá confundiéndole con un jefe tribal a lo Vercingétorix. Ahora va a resultar que Ibarretxe no es lehendakari constitucional para Arzallus, que le ha llevado al cargo y con quien va del brazo, sino sólo para nosostros, cuya compañía rehúye para no caer en la trampa: nos lo tenemos bien merecido por constitucionalistas.
Pero ni siquiera, porque yo también voté en blanco en el referéndum constitucional y eso, según las cuentas eutrapélicas de Arzallus, equivale a no aceptar la Constitución. Es un reproche que se ha hecho al lema de la manifestación: como no todo el mundo votó afirmativamente la Constitución ni el estatuto, debíamos haber salido a la calle tras una pancarta menos discutible, que por ejemplo no dijera más que "por la vida y la libertad". ¡La vida y la libertad! Puesto así, el lema es tan irrefutable que no hay nadie capaz de oponerse a él. Conozco a pocos partidarios explícitos de la muerte y la esclavitud... Pero lo que buscábamos era subrayar el fundamento político del respeto a la vida y las liberdades democráticas en el Estado de derecho del que somos ciudadanos desde hace más de veinte años. La Vida y la Libertad, crudas, sin contextualizar, cada cual las interpreta como quiere y hasta a algunos les pueden servir para justificar sus benéficos crímenes. Entiendo muy bien que haya gente a la que no le guste tal o cual aspecto constitucional (en mi caso, empezando por la propia monarquía), pero creo que, precisamente porque a ninguno nos satisface por completo, la vigente puede ser la Constitución de todos: porque está hecha de concesiones mutuas. Y ni siquiera necesito mencionar que la Constitución puede modificarse a partir de ella misma, ya que todas las leyes, salvo las de la naturaleza, son como las puertas: sirven tanto para entrar como para salir.
Pero, vamos a ver, ¿acaso tenemos algún acuerdo legal más ampliamente consensuado y menos excluyente desde el que hacer valer la fuerza del Estado de derecho contra amenazas totalitarias? En la sesión de apertura del Parlamento vasco, Ibarretxe reclamó como algo concreto y nuevo, válido para todos, "un compromiso ético en defensa de la libertad y de los derechos individuales de las personas", que debería ser ratificado por todas las fuerzas políticas y sociales en algún lugar simbólico. Este tipo de llamadas morales suena tan evanescente en boca de un gobernante como si solicitase a los contribuyentes rezar un padrenuestro y tres avemarías; pero, en cualquier caso, ¿a quién se dirige? Ninguno de los partidos que le estaban escuchando pone en tela de juicio tan sublimes principios; y quienes los conculcan todos los días son los que se ausentan de la Cámara. La actitud del lehendakari me recuerda la del director de aquel hospital cuando, en vista de que el pediatra solía llegar borracho a la incubadora, prohibió a los nenes beber en las cunas...
En la misma sesión parlamentaria, Joseba Egibar preguntó con reiterado patetismo a los partidos no nacionalistas: ¿es posible condenar con firmeza la violencia y a la vez pretender la independencia? Le respondo por ellos: ahora, no. Mientras haya la justificada evidencia de que la retórica independentista viaja hoy en una imprecisa tabla legal surfeando sobre la ola terrorista, debería ser conscientemente aplazada hasta que acabaran los atentados definitivamente y hasta que la apelación a la voluntad de los vascos no pareciese un sarcasmo, en vistas de lo que puede y suele ocurrirles a los vascos cuya voluntad no es nacionalista. Esa es la mínima solidaridad que pueden pedir las víctimas reales y las potenciales a los que todavía son "respetados" por los asesinos: mientras no se haya erradicado la violencia y su actual caldo de cultivo -cóctel de ambigüedad e impunidad- es preciso aplazar otros legítimos proyectos políticos, actualmente pervertidos y no precisamente por quienes menos los comparten...
De modo que finalmente salimos a la calle en manifestación porque no queremos ser héroes. Me explico. Por lo común, el que te dice "eres un héroe" te está advirtiendo de que piensa dejarte solo. El certificado de héroe es una disculpa para avisar que debes arreglártelas como puedas: el héroe es un monstruo simpático cuya deformidad nadie tiene obligación de compartir, lo mismo que el monstruo es un héroe antipático cuya defor
midad no debe ser compartida. Reducir el conflicto terrorista en el País Vasco a un enfrentamiento entre héroes y monstruos es una forma aliviada de desentenderse de él. El sábado 23 de septiembre hemos reclamado nuestro derecho a no ser héroes, nuestra necesidad de apoyo y compañía por parte de quienes comparten nuestra misma ciudadanía. Hubo mucha gente en las calles de San Sebastián y muchos escucharon nuestra demanda. ¡Lástima que nuestro alcalde no pudiera vernos por estar ausente, lástima que el Festival de Cine -como siempre- prefiriese seguir elogiando el cine comprometido mientras su organización se mantiene prudentemente por encima de cualquier necesidad de compromiso! Los demás vinieron a la fiesta de la libertad concreta, la que defiende nuestro Estado de derecho. Algunos de fuera incluso trajeron a sus niños, aunque no les diese tiempo a empadronarlos en nuestro paraíso euskaldun para lograr que sean operados aquí en lugar de en Jaén, como dice Arzallus. Todos los que no queremos ser héroes se lo agradecimos mucho: ¡por favor, recordad que tampoco queremos ser mártires... aunque nos obliguen mañana a ello!
Y acabamos el día citando a Don Quijote, ingenuo héroe de la ironía cervantina, mártir conmovedor del egoísmo del rebaño satisfecho, porque también su triste figura insobornable nos une -como el estatuto, como la Constitución- contra los bárbaros.
Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.