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Acoso al FMI y al Banco Mundial

Once mil policías protegerán la 55ª Asamblea anual en Praga del movimiento antiglobalización

Javier Moreno

ENVIADO ESPECIAL. El FMI y el Banco Mundial están enfermos. Los más anarquistas de las decenas de miles de manifestantes contra la globalización de la economía que desde hace meses pretenden disolverlos a la brava les han sumido en una profunda crisis de identidad, que las críticas y la tensión que se están viviendo estos días en Praga no han hecho más que profundizar. Así que cuando el martes pasado, en Washington, Deepa Narayan cerró su maleta, no pudo evitar un escalofrío. "Es la primera vez que he sentido miedo en los 25 años que llevo viajando por todo el mundo".

Narayan es la principal especialista del Banco Mundial en temas de desarrollo, y aquel día se disponía a tomar un avión rumbo a Praga para asistir a la 55 asamblea anual del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, bajo la amenaza de duelo. Ese mismo martes, al otro lado del Atlántico, Kevin Watkins ultimaba en Oxford un informe muy crítico con el Banco y con el Fondo que la ONG para la que trabaja, Oxfam International, distribuyó en Praga dos días después. El día era gris y llovía, pero Watkins, de 46 años, al contrario que Narayan, se sentía optimista ante la cumbre de Praga. "Siempre tienes que sentirte optimista si trabajas para una ONG".

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Lo curioso es que ambos están apasionadamente comprometidos con aliviar la pobreza de millones de personas en los países con más miseria. Los dos han dedicado a este objetivo años y esfuerzos. Pero ahora se encuentran en lados enfrentados de la trinchera, en una feroz batalla global por la opinión pública que inquieta profundamente al FMI y al Banco Mundial, según fuentes de ambos organismos, y que estos días se librará, quizá de forma violenta, en las calles de Praga.

Cuando toda esta historia empezó, en diciembre del año pasado en Seattle, pocos creían que iba a afectar al FMI o al Banco de la forma en la que lo ha hecho, a cuestionar su futuro, y a alterar, quizá de forma irreversible, la forma en la que sus empleados se ven a sí mismos y a su trabajo. La ira de las decenas de miles de manifestantes en la calle se centró entonces en la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que acusaban de una desaforada granujería en el libre intercambio de bienes y servicios que sólo beneficiaba a los países más ricos. Anunciaron catástrofes si el libre comercio triunfaba y lograron hacer fracasar la cumbre. Pero poca gente más, en lo que se podría denominar la élite del capitalismo internacional, se sintió amenazada.

James Wolfensohn ciertamente no. Desde su despacho de Washington, el presidente del Banco Mundial, jamás imaginó que él iba a ser el siguiente objetivo de aquellas decenas de miles de personas que exigían a gritos la disolución de lo que consideran instrumentos de dominación del Tercer Mundo por parte de los países ricos. Pero apenas cinco meses después, la multitud estaba debajo de la ventana de su despacho en Washington. La marea le había alcanzado.

También lo ha hecho en Praga y Wolfensohn no se siente a gusto. "Llego aquí y resulta que soy un hijo de puta", asegura en su despacho en el Centro de Congresos de Praga, fuertemente vigilado, tras una entrevista que EL PAÍS publicará mañana.

Wolfensohn, Horst Köhler, director del FMI, y todo su personal están pendientes del martes, el día crucial. El momento en el que se decidirá la suerte de la 55 asamblea anual del FMI y del Banco Mundial ante decenas de cámaras de televisión y centenares de periodistas. Ambas partes lo saben.

Ese día, miles de manifestantes tratarán de encerrar a los 18.000 delegados que irán a la inauguración de la cumbre en el Centro de Congresos de Praga, un laberíntico edificio, inconsciente reflejo quizá de los primeros usos a los que se destinó: los congresos del Partido Comunista de Checoslovaquia.

Veinte años después el Centro de Congresos se ha reinventado como centro de acogida del capitalismo mundial, por el que deambulan ministros de finanzas, gobernadores de bancos centrales, y la corte de los milagros dispersa entre recepciones y cócteles de todo tipo. En la calle, mientras, los manifestantes saben que si no logran un triunfo espectacular el martes, su movimiento antiglobalización, que ha ido tomando impulso desde diciembre pasado en Seattle, corre un serio riesgo de deshilacharse.

Pero no hace falta que llegue el martes para ver cómo el ambiente hostil, en Praga está afectando al personal del Banco y del Fondo.

"A veces creo que hagamos lo que hagamos, siempre se nos va a criticar", reflexiona Deepa Narayan. "Sólo espero que no haya violencia". Esta mujer de origen indio llegó al Banco Mundial hace diez años tras trabajar intensamente en proyectos en países subdesarrollados, siempre con ONG y fundaciones. Pero en retrospectiva, el trabajo de Narayan, junto al de otros especialistas, ha cambiado radicalmente la manera en la que el Banco Mundial trata de aliviar las calamidades de los más pobres del planeta. En 1984, sólo contaba en su nómina con dos antropólogos. Hoy son más de 250 los que desde dentro de la organización han contribuido a que el Banco se centre menos en las gigantescas presas y apueste más por pequeños proyectos que buscan dotar de herramientas a los más desfavorecidos para que progresen económicamente.

Hasta del otro lado de la trinchera se reconocen los progresos. "Es cierto que el Banco ha cambiado mucho en los últimos años", reconoce Watkins, de Oxfam International. "Pero muchos de sus funcionarios siguen exigiendo a los países a los que ayudan que se olviden de la redistribución y que se limiten a liberalizar sus mercados".

De momento, en los alrededores del Centro de Congresos, las calles están vacías, bloqueadas por policías, y las tiendas, cerradas y con carteles que reflejan la tensión que vive Praga estos días: "Debido a la incertidumbre por la cumbre del FMI, esta tienda permanecerá cerrada los próximos días". En cuanto a incertidumbres, las previsiones meteorológicas auguran un martes nuboso en Praga. No parece un buen presagio.

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