El G-7 se gana el sueldo
Praga ofrece a partir de este fin de semana una visión panorámica del mundo. Norte-Sur; ricos-pobres; Este-Oeste. Primero, los ricos, los ministros de Economía y Finanzas y los responsables de los bancos centrales del G-7 (Estados Unidos, Japón, Canadá, Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia) se reúnen, ellos solos, en el bello edificio de la Embajada alemana, en el centro histórico de la ciudad. Después, con colegas de todo el mundo, participan en las sesiones de trabajo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y en las del Banco Mundial, convocadas en un centro de convenciones mucho más funcional y suburbano.La verdad es que el G-7 se reúne con la mitad de la tarea ya hecha. Se suponía que el punto principal de su agenda sería la debilidad de la moneda única europea y la posibilidad de lanzar algún mensaje a los mercados para restaurar, o por lo menos, mejorar, la confianza en el euro. La decisión, adoptada ayer por los responsables de sus bancos centrales, de intervenir directamente en apoyo del euro les deja sin su tema estrella. Quizás hubiera sido más realista aplazar la conversación 48 horas, hasta el lunes, para constatar, por lo menos, cómo seguían reaccionando los mercados.
En cualquier caso, hay que ser optimistas. El G-7 no se ha limitado, como muchos temían, a preparar un comunicado lleno de bellas palabras sobre el futuro de la economía europea, sino que ha tomado una medida algo más tajante. Una medida, además, que le devuelve la esencia para la que fue creado: intervenir en los mercados de divisas impidiendo desajustes que pudieran poner en peligro la economía mundial. Probablemente, como sugirió hace tres días el economista jefe del FMI, Michael Mussa, ésta era una excelente ocasión para recordar la partida de nacimiento del grupo de países más industrializados del mundo y los efectos positivos que tuvo en su momento el llamado acuerdo del hotel Plaza, en 1985, para sofocar un desproporcionado aumento del valor del dólar.
Lo más sorprendente de la decisión no ha sido, pues, el calado del problema al que se enfrentaban, sino el momento elegido, en plena campaña electoral estadounidense. Es significativo -y representativo del extraordinario poder que tiene Alan Greenspan- que la Reserva Federal de Estados Unidos haya actuado sin el menor temor a las posibles críticas de los candidatos Al Gore o George W. Bush.
Quizás Greenspan comparta más de lo que algunos creen la idea de que los Gobiernos del mundo, y las autoridades monetarias del mundo, tienen capacidad, cuando actúan globalmente, para intimididar a los mercados globalizados. Y que esa capacidad, si es cierta, implica también una responsabilidad.
Probablemente, un mensaje parecido sería bien acogido en la reunión del FMI y del Banco Mundial, convocada este martes en el suburbio de Praga y bajo la amenaza de una manifestación tipo Seattle. De momento, las reuniones preliminares celebradas por el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, con los representantes de cien organizaciones no gubernamentales han sido un fracaso porque parece que no hay forma de conseguir, ni tan siquiera, que se respete el acuerdo para reducir la deuda exterior a 24 de los países más pobres del mundo.
La realidad demuestra que sólo 10 de ellos han recibido la ayuda prometida y que los planes para los otros 14 están muy retrasados. Un documento elaborado con ocasión de este encuentro por las organizaciones mundiales de sindicatos libres contiene denuncias tan increíbles como que los países más pobres han sido incapaces de presentar convenientemente un papel que se llama Documento de estrategia de lucha contra la pobreza y que resulta imprescindible para optar a las ayudas.
solg@elpais.es
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