Desdramatizar los símbolos PILAR RAHOLA
¿Hemos superado a Torres i Bages? Lo pregunto puesto que, a pesar de no leerlo -que no somos muy leídos- y de llevarnos fatal con la memoria histórica -tal como sostuve en el primer artículo de esta serie-, parece que el ínclito pensador nacional-católico aún impregna nuestra existencia patria. Ya podemos vivir en un nuevo siglo, navegar por Internet o tener una sociedad cada vez más multiétnica, que Cataluña continua impertérrita en su base simbólico-esencial. Es decir, en su base teológica. Mito extraño y paranoico, más situado en el barrizal de las emociones que en el laberinto de las ideas, la Cataluña ideada -es decir oficializada- se ha construido sobre un sustrato religioso-esencial, el mismo sustrato que define a sus gobernantes. Así, a pesar de existir muchas Cataluñas y de ser la Cataluña revolucionaria e irreverente, la que ha movido la historia del siglo, es la Cataluña nacional-católica la que la gobierna desde hace 20 años. ¿Podía ser de otra manera si los orígenes de Pujol estaban en Catalunya Cristiana y no, por ejemplo, en la Assemblea de Catalunya? Podía ser, puesto que hay una diferencia relevante entre el cuerpo ideológico de un gobernante y la formación de una ideología colectiva. Ahí está la trampa, que de hecho inunda todos los aspectos de nuestra vida común: en el proceso de confusión entre Pujol y Cataluña, se ha convertido la Cataluña de Pujol en la única Cataluña. Ergo, la mezcla de esencias, símbolos y religión, tan sutil como penetrante, se ha convertido en la definición del propio país, en el país mismo. El "Catalunya serà cristiana o no serà" ya no se formula públicamente, ya no es (como fue) un grito de combate lanzado en medio de una sociedad librepensadora, sino que conforma el oxígeno que respiramos con nula capacidad crítica. Si le hemos bajado al termómetro la temperatura religiosa, acordes con el tiempo, le hemos subido sin complejos la temperatura esencial. Y ahí estamos, con nuestros símbolos mezclados, con una Generalitat que es más teología que administración, con nuestras abadías de la resistencia, con nuestro nostrado Montserrat, convertido en fast-food de todos los ágapes nacionales, tan últil para un fregado futbolístico como para un lavado político. Ahí estamos ofreciendo nuestras copas a la Mercè, repitiendo rituales en la Diada tan vacíos de ética como cargados de estética, apelando a una memoria histórica que no recordamos pero de la cual abusamos. En definitiva, ahí estamos con una Cataluña que ha cambiado tan radicalmente los conceptos que la definen, que en 20 años no se parece en nada a la que fue: de tener una base progresista, ha pasado a ser tradicionalista; de ambicionar la modernidad, ha pasado a liderar el discurso del inmovilismo; de ser laica y hasta irreverente, ha pasado a confundir religión con nación, identidad con esencia, memoria con tradición.Si me permiten la presumible contradicción, me atrevo a asegurar que ello ha ocurrido al mismo tiempo que todo ello ha sido abandonado. Es decir, se ha usado el tradicionalismo en la mítica de los discursos, pero en cambio se ha despreciado el mundo de las tradiciones, que sobrevive a pesar de las migajas. ¿Ponemos el ejemplo del sardanismo, tan pujolianamente usado y abandonado? Y es que el pujolismo es, a la vez, tradicionalista y acomplejado, a caballo entre el abuso que hace de las esencias y la incapacidad de administrarlas desde la modernidad. ¿Qué intento afirmar?: que en el proceso de inventarse una Cataluña que sirva como coartada a un gobierno, el discurso sobre lo catalán se ha basado en una dramatización de los símbolos, en una persistente confusión entre sentimientos y teologías, y en una negación del debate de las ideas. Cuanta más esencia, más estómago y menos inteligencia. Ergo, cuanta más esencia, menos crítica política. Y así, si el gobierno de un país pasa a ser una mezcla de abadía de Montserrat, Rafael Casanova y Fossar de les Moreres, ¿quién se atreve a preguntarle por las ayudas de Trabajo?... ¿Quién lo hace sobre los planes de educación o el presupuesto de Sanidad, si estamos ante un torreón de esencias, creencias religiosas y sentimientos ancestrales? Cercano a lo metafísico, hasta Pujol tiende a lo teológico. Por ello quizá lo suyo es la eternidad...
Habrá que trabajar duro para diferenciar el grano de la paja. Habrá que saber qué expresa un lógico sentimiento de pertenencia y qué camufla una pura coartada para tapar, con manto esencial, un gobierno de intereses. Y sobre todo, tendremos que romper de una vez esa pareja de hecho mítica que es religión y nación, una dualidad que imposibilita cualquier planteamiento dinámico. El universo simbólico de la Cataluña moderna no puede confundir abadías con resistencia, ni puede mantener una base religiosa en su legítimo proceso reivindicativo. No puede ser, por tanto, nacional y católica sin dejar de ser moderna.
¿Dejará de ser, con ello, nacionalista? Puesto que soy de los que piensan que el nacionalismo bien entendido -o el catalanismo, si usan el concepto- no es una ideología sino una estrategia (de compromiso, de defensa), estoy a favor justamente de despojar al nacionalismo de ideología. Demasiado tiempo hemos estado sobrecargando la defensa de unos intereses colectivos -por cierto, tan verbalizados como poco defendidos- con un discurso cargado de ideología. Sólo que hemos confundido lo que era pura ideología -ideología carca- con nuestra definición como pueblo. ¿Qué es ser catalán? Desde luego, en la Cataluña mestiza lo puede ser todo menos Torras i Bages. Y sin embargo, ésa es la única Cataluña oficial.
Vivir nuestros símbolos sin dramatizarlos, colocar los mitos religiosos en el cajón pertinente de los recuerdos, replantearse los rituales y, sobre todo, volver a pensar qué esencias son democráticas y cuáles son excluyentes. Talón de Aquiles de nuestra definición colectiva, los símbolos no los llevamos bien. Quizá porque los hemos basado en una falsificación de la historia.es
Pilar Rahola es periodista. pilarrahola@teleline.
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