Enigmas peruanos
El adiós del presidente peruano puede ser más largo y tortuoso de lo que muchos aventuraban en el júbilo del sábado pasado. Transcurridos seis días desde el sorprendente anuncio que metía en el mismo saco la anticipación de elecciones, su renuncia a presentarse y la "desactivación" del siniestro departamento de investigación dirigido por Vladimiro Montesinos -su espía jefe y brazo derecho-, prácticamente ninguno de los interrogantes suscitados por la decisión de Alberto Fujimori tiene todavía respuesta. Los peruanos siguen sin conocer el paradero de Montesinos, el hombre del trabajo sucio, que no ha sido destituido ni es objeto de acciones legales. Tampoco se ha producido el anunciado desmantelamiento del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), de cuyo sancta sanctorum salió el vídeo que ha desatado la crisis. El Gobierno pretende que las elecciones se celebren dentro de seis meses (en lugar de los cuatro que quiere la oposición), las conversaciones para trazar un guión razonable de la transición han sido aplazadas sin explicaciones y el presidente está decidido a permanecer en el cargo hasta julio próximo. En un panorama en el que las incógnitas superan con mucho a las certezas y casi todas las opciones parecen abiertas, la única novedad es el vago comunicado conjunto hecho público ayer por las Fuerzas Armadas y la policía apoyando las medidas anunciadas por Fujimori. El Ejército -al que muchos peruanos miran como a Júpiter, pata fundamental del trípode del poder con Fujimori y su desaparecido asesor de seguridad- rompe un espeso silencio de cuatro días, pero se limita a pedir calma a los ciudadanos "en momentos trascendentales" y asegurar su compromiso con la Constitución. Su tardío comunicado no ilumina nada.
Los acontecimientos peruanos no han sido forzados por la oposición democrática, aunque sean obviamente utilizados por ella. El detonante de la crisis -la filtración de un explosivo vídeo, uno entre cientos grabados en el despacho de Montesinos por su cámara oculta- sugiere más bien una pugna entre servicios militares y de espionaje. Tras su fachada democrática, el poder oculta en Perú un entramado sin desvelar de presiones, chantajes, sobornos o campañas de descrédito que Montesinos construyó pacientemente durante años para uso de Fujimori.
El país andino parece tener una segunda oportunidad. En su crítica coyuntura actual urge una escrupulosa neutralidad castrense y pactar un camino que permita el saneamiento de instituciones pervertidas a lo largo de casi una década, capaces de garantizar una transición sin sobresaltos. El imperio de la ley, cada vez más ausente de la era de Fujimori, debe ser restaurado mediante la reforma de un aparato judicial al servicio del poder. Son impensables unos comicios limpios en el marco técnico y de supervisión de los anteriores. Pero, antes que nada, Fujimori debe hacer la luz sobre Montesinos y desguazar ese cuartel general de la infamia conocido como SIN. Su efectiva salida del poder no significaría mucho para los peruanos si quienes le sucedan se apoyan en unas palancas institucionales tan absolutamente desacreditadas.
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