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Sin coches, otra ciudad IMMA MAYOL

Más de 600 ciudades europeas participan hoy en la jornada popularmente conocida como Día Europeo sin Coches. La Comisión Europea ha hecho suya una iniciativa local nacida en diversas ciudades francesas como una respuesta imaginativa ante la insostenible y desproporcionada presencia del coche en las ciudades. No se trata, como sus impulsores recuerdan insistentemente, de una guerra contra el coche, sino de una excelente oportunidad para reflexionar sobre nuestras formas de movilidad, nuestras maneras de desplazarnos, especialmente en los núcleos urbanos.El automóvil es, como otras muchas máquinas, resultado del progreso y de la tecnología desarrollada por los humanos. Ha permitido mejorar un deseo también muy humano, como es el desplazarse de forma rápida, confortable e independiente. Los sentimientos de propiedad, de libertad y de ascensión social están muy arraigados a la posesión del automóvil. Tanto es así que en algunos países se considera, eufemísticamente, la criatura mejor cuidada de la familia.

Pero los efectos de la automoción masiva son también aquí, como en otros procesos que crecen incontroladamente, perversos. El parque de vehículos ha ido aumentando -de forma desigual- en todo el mundo y se estima en más de 500 millones de coches. En los países occidentales, la proporción actual es de un vehículo por cada 2,3 personas, una cifra que ilustra la magnitud de la dependencia del motor. Las emisiones de los tubos de escape son las responsables de la mitad de la contaminación atmosférica en nuestras ciudades. Los automóviles suponen un elevado consumo de energías contaminantes y no renovables, y contribuyen, modesta pero decididamente, al cambio climático que observamos entre incrédulos y abúlicos. También son un agente importante de la contaminación acústica.

Además de los factores ambientales, otros efectos perversos han sido reiteradamente analizados en los últimos años: el absoluto predominio del vehículo privado en nuestras ciudades ha ido depredando espacio urbano en beneficio del coche -una tercera parte del suelo urbano de las ciudades europeas está destinado a circulación-, generando vías urbanas que se convierten en autopistas, ampliando ilimitadamente el suelo urbanizable, provocando mayor inseguridad de las personas -niños, ancianos- y un cambio sustancial en las conductas y en la percepción de la propia ciudad. Y a menudo el tránsito supone una considerable pérdida de tiempo, con sus costes económicos asociados.

Ante este cuadro es fácil responder con sarcasmo, descalificándolo por catastrofista. Y no obstante, el sarcasmo no nos ayudará a mejorar la calidad de vida de nuestras ciudades. Los retos ambientales y cívicos que tenemos ante nosotros nos exigen un cambio en las pautas cotidianas de movilidad. Unos cambios que están siendo puestos en práctica en muchas ciudades europeas de las que no somos excepción y en las cuales las administraciones tenemos una gran responsabilidad. La principal estrategia es, sin duda, extender y promover la red de transporte público urbano e interurbano, la mejor alternativa desde el punto de vista económico, energético y también en términos de generación de empleo. Las inversiones en transporte público han de ser absolutamente prioritarias en detrimento de aquellas infraestructuras viarias que priman el transporte privado. Pero también se trata de favorecer -mediante circuitos seguros y amplios- la utilización de la bicicleta en los núcleos urbanos y los desplazamientos a pie. Nuestras ciudades mantienen una densidad y una forma compacta que permiten que muchos desplazamientos se realicen caminando, perdiendo un poco de tiempo y ganando mucha salud y calidad de vida.

La movilidad es uno de los factores críticos en la ecología urbana. Por eso crece el sector de la llamada ecomovilidad, que intenta compaginar un derecho social como es la movilidad con la mejora de la calidad del aire que respiramos y la preservación delespacio cívico como lugar para la convivencia. En ese sector, además de las estrategias ya citadas, se incluyen los esfuerzos de la industria automovilística para aplicar las nuevas tecnologías a fabricar coches más limpios, más eficientes, menos contaminantes. Algunos cambios revolucionarios están a la vuelta de la esquina, como la pila de hidrógeno, que no produce emisiones, y la incorporación de sistemas de energía solar. Pero también la imaginación permite innovaciones sociales que se inscriben en este marco. La experiencia de carsharing -compartir la propiedad y el uso del coche mediante una red cooperativa- se está exendiendo por algunos países europeos, contribuyendo a reducir costes económicos y energéticos.

La convocatoria del Día Europeo sin Coches nos ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre nuestros hábitos de movilidad y modificarlos progresivamente, si es posible. En 1942, Le Corbusier evocaba un París donde el peatón era el amo, y escribía: "La dignidad del peatón, una vez restablecida, permitió a los hombres contemplar su ciudad". El 22 de septiembre va más allá de una celebración puntual. Su intención es ayudarnos a todos a imaginar una ciudad diferente, a descubrir una nueva ciudad, a repensarla. Porque la normalidad no siempre es sinónimo de racionalidad, hemos de imaginar que las cosas, también la movilidad, pueden ser diferentes. Una movilidad más racional, más moderna, es aquella que permite desplazamientos eficientes en términos de tiempo y economía y a la vez no degrada nuestra calidad ambiental. Se trata de un cambio social y cultural, pero también de un imperativo hacia nuestro propio bienestar.

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Imma Mayol es cuarta teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona.

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