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Isabel

José Luis Ferris

Son muchos los que han dicho y reafirmado que es la ambición la que mueve al hombre, a veces con más energía que sus piernas y más ímpetu que su corazón. Pero la palabra ambición contiene significados tan poco edificantes como: deseo desmedido de poder, ansia de fama o hambre de riqueza. Por eso, cuando hablo de luchadores, de criaturas tenaces que persiguen algo más noble que el dinero o que la gloria, prefiero emplear un término tan limpio, tan directo y humano como pasión. Y no hay nada -créanme lo que les digo- comparable a un estado de pasión permanente, porque la fuerza y la alegría que genera en el cuerpo que la sostiene le protege de todo abatimiento y le capacita para cualquier empresa.Aquéllos que han sabido instalar una pasión en su vida, se levantan a diario con un ánimo distinto. Tienen la sabia virtud de la paciencia y la estrategia infalible del sacrificio. La pasión les alimenta y no reparan en esfuerzos ni en tiempo para alcanzar la meta que se propongan. Quizá el ejemplo más práctico lo encontremos en los deportistas de élite. Ellos sabrán mejor que nadie qué aliento les empuja a exprimir sus posibilidades físicas, al adiestramiento constante y a renunciar a múltiples placeres. Vistos así, son, en cierto modo, una metáfora perfecta de la propia vida. Dar un sentido a la existencia a base de pasiones es una razón más que suficiente para seguir viviendo. Y todo eso, este sucinto análisis que tanto se aproxima al sentido de la felicidad, es lo que me sugiere la sonrisa amplia y exacta de Isabel Fernández, la yudoka alicantina que esta semana se ha rociado de oro olímpico al proclamarse campeona de su disciplina en el Exhibition Hall de Sydney. Sus entrenamientos diarios, sus madrugones para recorrer la playa de los Arenales del Sol en plena amanecida, su esfuerzo por mantenerse en esos envidiables 56 kilos no son nada cuando lo que rige es una razón muy alta. Y la recompensa es tan ancha como la emoción que le alumbra y le humedece los ojos, una emoción que, como el pan, reparte entre quienes la quieren bien y entre aquéllos que saben, como ella, que sin sacrificio y sin dolor no hay pasión posible.

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