La corteza valenciana
La corteza terrestre, también la porción de la misma que le corresponde al País Valenciano no es más gruesa que la piel de una manzana. Y también sensible. La fax de esa corteza cambia sin cesar porque en su interior hay fuerzas telúricas que originan procesos orogénicos, hundimientos, pliegues, quebradas, dislocaciones y hundimientos. De eso saben los científicos y tenemos los demás un vago conocimiento. Otras fuerzas naturales son externas y están al alcance del obrero de Ribesalbes, del maestro de Benicarló, de la dependiente de L'Alfàs del Pi, de la labradora de La Marina o del funcionario con domicilio en una urbanización de Riba-roja. Las fuerzas palpables son el viento, la lluvia, las sequías, el hielo, la erosión, las sedimentaciones o el curso de ríos y torrenteras. Esos elementos conformaron y conforman la fisonomía de nuestro paisaje valenciano, y nuestros ancestros vivieron o malvivieron aquí construyendo bancales a base de piedras secas que evitaban la erosión, aprovechando el humedal para sembrarlo de arrozales, y utilizando el más insignificante rincón húmedo para autoabastecerse de la fruta y la verdura del tiempo.Tesón y esfuerzo, consideración y respeto, tuvieron las gentes hacia esa corteza terrestre que habitaban. La actividad humana fue ejemplar en ocasiones. Un caso loable de esa actividad fue el aprovechamiento de la escasa agua de nuestros cauces secos o semisecos mediante la construcción de molinos cuando la energía eléctrica era algo desconocido, y no se pagaba en dólares sobrevalorados la factura del petróleo. El profesor universitario, geógrafo y divulgador Joan Mateu, que nació en la Vall d'Alba, dedica buena parte de su tiempo libre o vacacional explicando a sus paisanos de las comarcas castellonenses del interior este tipo de cosas y molinos, y visita con ellos los puntos y vestigios de referencia.
Pero aquí y ahora hay unas fuerzas nada telúricas, nada relacionadas con la naturaleza, empeñadas en alterar de forma peligrosa la faz de la corteza valenciana. Visibles y palpables una veces, y otras no, cambian el paisaje, depredan un patrimonio natural de siglos, gravan el presente e hipotecan el futuro. Son los negocios descontrolados, o el progreso descontrolado que no es progreso, o intereses económicos lícitos que se convierten en ilícitos cuando no se respeta ni se considera el entorno en que se vive. En Riba-roja rellena una empresa un vertedero ilegal, cuyas emanaciones tóxicas convierten los algarrobos más sufridos y robustos en troncos secos; en el Cap i casal, en la avenida de Francia dejó una fábrica en el subsuelo metales pesados y sucios, cuya toxicidad trae de cabeza a los promotores de viviendas, y debería preocupar muy mucho a la alcaldesa Rita Barberá; en Ribesalbes planea la contaminación del plástico, según denuncian los grupos ecologistas, con el consiguiente problema sanitario; en Benicarló, una multinacional vertió aguas residuales con un 1.065% más de toxicidad que la permitida; en L'Alfàs del Pi desbordan las aguas fecales los límites razonables y amenazan zonas habitadas. Sobreexplotación de acuíferos en La Plana, azulejeras con pozos ciegos en los alrededores de La Vall d'Alba, falta de una política hidráulica, y falta de empresas cuya actividad sea compatible con el cuidado y el respeto que necesita la faz terrestre valenciana. Y no es catastrofismo, que es pena negra y lamentable, mientras entramos en el baile de los miles de millones de los trasvases, mientras la inoperancia y la pasividad de los poderes públicos olvidan buscar unas soluciones que quizás hay que buscar en nuestra propia casa.
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