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SYDNEY 2000

Australia acaba con el mito americano

El equipo local de 4x100 metros libres protagoniza una de las pruebas más espectaculares en la historia de la natación y vence por primera vez a los estadounidenses

Santiago Segurola

Vestido para matar, con su bañador integral de color negro, Ian Thorpe hizo uso de una dramática puesta en escena para protagonizar una que pasará a la historia. Apenas había transcurrido una hora de su victoria en los 400 metros, un éxito que había provocado el delirio en el Aquatic Center, atestado de gente deseosa de celebrar las hazañas de un nadador excepcional. "El mejor que he visto en mi vida", según Don Talbot, el veterano y circunspecto entrenador del equipo australiano. Después de su éxito en los 400 metros, podía esperarse un descenso en su adrenalina. Por pura fatiga, por la cantidad de energía emocional que había gastado en la carrera, por la distracción que podía provocarle la entrega de medallas ante una hinchada enfebrecida, había dudas sobre el rendimiento de Thorpe como último relevista en los 4x100 metros libres. Pero el fenómeno estaba decidido a ofrecer una demostración inolvidable.Poco le importó que no fuera su distancia natural. Quería acabar con la hegemonía de Estados Unidos en una carrera que los norteamericanos jamás habían perdido en los Juegos Olímpicos. Con un tempo escénico digno de un gran actor, dejó que entraran todos los equipos. Tres minutos más tarde, apareció por el vomitorio de la piscina, en medio del indescriptible entusiasmo de los australianos. Ese momento tuvo un significado decisivo, como si del espacio llegara Superman. Su aparación tuvo un efecto contagioso en el público y en el equipo australiano, protagonista de una victoria -y un récord mundial (3.13,67 minutos)- que tiene un significado especial en un país que ha hecho de la natación una cultura.

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Pocos duelos han alcanzado tanta vibración. Por supuesto, estaban puestas las condiciones para una prueba espectacular. Australianos y estadounidenses habían reunido dos equipos impresionantes, convencidos de que allí se jugaba algo más que una medalla. Se trataba de un asunto estrictamente personal entre las dos naciones con más tradición y prestigio en la materia. La presencia de Thorpe tenía un valor añadido. En su condición de último relevista, le tocaba defender el pabellón de su país hasta un punto que la derrota hubiera desenfocado su triunfo en la prueba de 400 metros. Cuando se trata de Thorpe, la plata no vale nada.

Si se trataba de un nadador comparable a Mark Spitz, tenía que demostrarlo en un desafío complicadísimo, porque Estados Unidos alineaba a cuatro velocistas formidables: Anthony Ervin, Neil Walker, Jason Lezak y Gary Hall. Nadie ponía en duda que batirían el récord del mundo. Y así lo hicieron. Pero no les sirvió de nada. Desde atrás llegó "el torpedo" y les destrozó. De la magnitud de la prueba habla el récord mundial de 100 metros del australiano Michael Klim en el primer relevo, el único que permite homologar los registros como si fueran marcas individuales. Klim logró un tiempo de 48,18 segundos, tres centésimas mejor que la marca del ruso Alexander Popov.

En ese primer relevo, se supo que estaba ocurriendo algo especial. Los estadounidenses se resistieron como fieras. El joven Anthony Ervin (19 años) fue superado por Klim, pero bajó de 49 segundos por primera vez en su vida. El combate no decayó hasta el final, hasta que llegó la hora de Thorpe.

Australia había mantenido una ligerísima ventaja hasta el último relevo: 2.25,37 minutos frente a 2.25,62 de los estadounidenses. Pero cabía sospechar que el margen era insuficiente para Thorpe, que enfrente tenía a Gary Hall, uno de los escasos velocistas que han bajado de 49 segundos en los 100 metros libres. Hall es un velocista puro. Sólo participa en las pruebas de 50 y 100 metros libres. Thorpe está más cerca de un mediofondista. Sus distancias naturales son los 200 y 400 metros, donde ha abierto un mundo con respecto a los mejores especialistas. Hasta el momento no ha conseguido bajar de 49 segundos en los 100, donde se aprecia más la explosión que la cadencia. Y Thorpe es la cadencia personificada.

Hall, siempre impulsivo, atajó rápidamente a Thorpe y cobró una ventaja que se consideró suficiente para dar la victoria a los americanos. En los 350 metros, Hall adelantaba al héroe australiano en 62 centésimas, según la lógica de las cosas: el sprinter superaba al mediofondista. Pero a Thorpe no se le puede clasificar en ninguna categoría que no sea la de marciano. Sus últimos 50 metros fueron prodigiosos, con las turbinas a todo trapo, en una explosión que asustó a Gary Hall, incapaz de sobreponerse al temor que le produjo el australiano.

La progresión de Thorpe provocó el griterío de las 11 personas que acudieron al Acuatic Center. El milagro era posible. Cómo si no, si se trataba de Thorpe. A falta de 15 metros alcanzó y rebasó a Hall, aplastado por la evidencia de su inferioridad y por un dato relevante: el nadador australiano había sido el único que había conseguido bajar de 25 segundos en los segundos 50 metros. Ni Michael Klim lo había logrado en el primer relevo. Es la diferencia entre un gran nadador y uno que ya es leyenda. Poco importa que sólo tenga 17 años. Se trata de un adelantado a su tiempo, el hombre, en fin, que terminó por machacar al equipo estadounidense como si fuera una guitarra, por decirlo en palabras de Gary Hall.

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