Los secretos del 'corredor verde'
El cauce del río Guadiamar y su ecosistema, afectados gravemente en 1998 por un vertido de lodos tóxicos procedentes de una mina de zinc en Aznalcóllar, quedarán en 2002 mejor de lo que estaban antes del desastre ecológico. Ésa es, al menos, la tesis de los responsables del corredor verde que elabora la Consejería de Medio Ambiente de la Junta, un proyecto de restauración ecológica integral diseñado por un comité de 280 científicos y que cuenta con un presupuesto de más de 25.000 millones de pesetas.Carlos Montes, catedrático de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid y coordinador del comité científico-técnico del corredor verde, destaca como principales virtudes del proyecto su concepto de restauración global y la simbiosis que en su desarrollo se ha conseguido entre científicos, técnicos, gestores y políticos.
Montes diferencia la restauración, entendida como recuperación de un ecosistema, de la rehabilitación, la labor más habitual y que se limita a reconstruir el hábitat de una especie concreta: "No queremos limitarnos a crear lo que se ve, animales y vegetales, sin preocuparnos por lo que no se ve. Pretendemos recuperar el funcionamiento básico del sistema, crear la infraestructura natural, que implica condiciones de la tierra y el agua. Así, más tarde o más temprano, aparecerá lo que se ve, que en esta zona serán aves sobre todo".
Los científicos y los técnicos de la Junta tienen muy clara la filosofía con la que deben trabajar. En su camino, sólo han tropezado hasta ahora con el diferente planteamiento que tienen para la zona la Cuenca Hidrográfica del Guadalquivir y el Parque Nacional de Doñana, dos instituciones dependientes del Ministerio de Medio Ambiente. Un obstáculo que parece en vías de solución, según fuentes de la Junta, tras el cambio de titular de la cartera ministerial.
Una de las zonas más valiosas del cauce del Guadiamar, una vez restaurado, será la conocida como Entremuros, entre los municipios sevillanos de Aznalcázar y Villafranco del Guadalquivir. Las 2.000 hectáreas de esta extensión de terreno fueron en su día, antes de los años cincuenta, una inmensa marisma alta, cuyo volumen de agua quedaba a expensas del caudal del río y de las subidas y bajadas de la marea.
Las reformas del desarrollismo franquista encauzaron el agua en un gran canal, construyeron dos grandes muros con un kilómetro de separación entre ellos (de ahí el nombre de la zona) y convirtieron los terrenos en zona agrícola.
Los técnicos de la Junta de Andalucía, dirigidos por Javier Serrano, que está al frente de la oficina técnica del corredor verde, y asesorados por el comité científico, ultiman estos días la transformación morfológica de la zona. Dentro de los límites que imponen los caminos que utilizan los vecinos para cruzar el lugar, 400 excavadoras y camiones tratan de devolver a Entremuros la orografía que tenía antes de 1956.
Una orografía que, en dos años, debe acoger de nuevo una gran zona húmeda, coloreada de verde por las jaras, las eneas, algún arbusto y, sobre todo, los almajos, la especie predominante en la zona. El agua y las plantas atraerán a innumerables ánsares, cigüeñuelas, martinetes, garzas, cigüeñas y garcetas y a gran cantidad de turistas que se acercarán a verlas.
Medio Ambiente pretende que el ecosistema, una vez recuperado, esté a disposición de los habitantes de la zona más que de los turistas. La participación social es uno de los elementos fundamentales de la estrategia global que, según Montes, supone la restauración ecológica. Implicar a los pueblos y a sus vecinos, hacerles ver que un medio natural sano supone una economía sana, hacer compatibles la explotación económica y la salud de los ecosistemas. Son varios enunciados para un mismo objetivo: aprovechar la oportunidad única que el vertido tóxico proporcionó a esta comarca para recuperar el cauce del río Guadiamar.
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