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Hombres en la cocina

Ginés Donaire

A sus 60 años, la única experiencia gastronómica que se le conocía a Antonio Gómez era la de asar algunas de las carnes que él mismo vendía en su carnicería. Y ya era algo. Pedro Carmona, de 43 años, reconoce que su aportación al arte culinario no ha pasado de hacer la compra. En cambio a Juan Mengíbar, estudiante de Topografía de 24 años, le resultaba ya pesado no ir más allá de la comida enlatada que cada lunes se llevaba a su piso de estudiante en la capital. Resulta evidente que los tres hacían guiños a la cocina, pues tenían el denominador común de que en su casa siempre había una mujer al frente de los fogones.Ahora todo es diferente o, al menos, eso es lo que ellos pretenden. La necesidad vital, en unos casos, o la simple concienciación de la necesidad de arrimar el hombro, en otros, es lo que ha llevado a estos tres hombres de Pegalajar (Jaén) a inscribirse, junto a otra veintena de compañeros, en un curso de cocina reservado exclusivamente a varones. La idea, que ha sido adoptada por varios ayuntamientos de la comarca, ha partido de la Asociación para el Desarrollo Rural de Sierra Mágina y el Centro Comarcal de Información a la Mujer dentro de un programa de reparto de responsabilidades en el ámbito doméstico.

Mientras le da los últimos retoques a los huevos con mahonesa, Antonio Gómez, ya jubilado, reconoce que ha sido precisamente el miedo a quedarse solo algún día lo que le animó a poner manos en la masa. "Más vale tarde que nunca", señala mientras recuerda que los guisos son su auténtico caballo de batalla. Pedro Carrascosa, funcionario, valoró el sacrificio de las tareas gastronómicas cuando se separó de su mujer. Ahora está empeñado en hacerse un buen cocinero "para no decepcionar" a sus cuatro hijos. Admite, no obstante, que la falta de costumbre es una losa que dificulta el aprendizaje.

Juan Mengíbar ha llegado al curso acompañado de su hermano Tomás. Los dos se sinceran al reconocer que nunca han pegado golpe en la cocina. Ahora, cuando han conocido las penurias de un piso de estudiante, es cuando han decidido no ser actores pasivos de la cocina más tiempo.

La mayoría de los participantes del curso, que se celebra en la cocina de la guardería de Pegalajar, coinciden que limpiar el pescado es lo más ingrato de su aprendizaje. Bueno, eso y dejar la cocina reluciente cuando han acabado su tarea. De su cumplimiento se encargan Feliciana Aranda y Josefa Valenzuela, dos de las voluntarias de la asociación de mujeres que actúan como monitoras de este curso en el que, además de enseñar a elaborar ensaladas, pescados, carnes o postres típicos, también se incorporan nociones sobre nutrición y dietética.

El curso se celebra por las noches para adaptarse a la jornada laboral de los participantes. Aunque cansados, todos, con su delantal, aseguran que asisten sin ningún tipo de complejos y conscientes de que, quizá ahora, aprendan a valorar el trabajo que, de manera no remunerada, han venido haciendo durante toda la vida sus madres, esposas o hijas.

Probablemente, sólo el primer paso para cambiar una conducta demasiado asimilada en el medio rural, como reconoce Loreto Sutir, dinamizadora de la Asociación de Desarrollo Rural, quien destaca que este reparto desigual de las tareas del hogar influye negativamente para la incorporación de la mujer al mundo laboral. Quizá por ello ya están preparados cursos de lavado, tendido y planchado de la colada, limpiezas del hogar y cuidado de hijos y personas mayores.

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