Palestina aplazada
Una vez más, Yasir Arafat ha aplazado la proclamación del Estado palestino, anunciada reiteradamente para este 13 de septiembre, séptimo aniversario del acuerdo de Washington por el que Israel y la OLP se reconocían mutuamente y comenzaban a negociar la paz. El presidente palestino ha obrado, con buen tino, bajo la presión insistente de Estados Unidos y la más gentil de la Unión Europea, ante lo que habría provocado seguramente el fin de las conversaciones y la adopción de severas represalias israelíes. El grave estancamiento de las negociaciones, cuya reanudación, por otra parte, parece inminente, gira en torno a Jerusalén Este, que los árabes reclaman como futura capital y los judíos se obstinan en retener como parte de la Jerusalén capital eterna e indivisible, según reza la ley de anexión aprobada tras la guerra de 1967.En tiempos, sin embargo, en los que tanto se repite que la política es cada día más economía, hay que subrayar cómo el problema responde a simbolismos nacionales mucho más que a tangibilidades políticas.Un esbozo de Estado palestino existe ya sobre unos 2.000 kilómetros cuadrados de Cisjordania y Gaza -un 40% de estos territorios-, y, a mayor abundamiento, un futuro Estado no gozará de mucha más soberanía que los sucintos poderes que hoy despliega el feudo de Arafat. Igualmente, el Parlamento autónomo de 129 miembros ha debatido todo este fin de semana la oportunidad de aplazar la fecha por razones puramente formales, porque ya se sabía que Arafat quería demorar la decisión, y, además de que tiene una amplia mayoría en la Cámara, los pocos parlamentarios próximos a la línea radical de Hamás ni siquiera habían ido a la reunión.
Finalmente, como recordó ayer el propio rais palestino, el Estado existe ya, porque fue proclamado el 15 de noviembre de 1988 por el Consejo Nacional Palestino en Argel, es decir, en el exilio. Por este motivo, se especula con que el 15 de noviembre sea la próxima fecha elegida para la última versión del nacimiento de Palestina, con la esperanza de que la aparentemente inmediata reanudación de los contactos sirva para algo.
Sólo la fuerza de lo simbólico puede explicar que no se llegue a un acuerdo. Ni el más ingenuo de los palestinos duda de que, aunque Israel evacuara Jerusalén Este -la parte históricamente más árabe de la ciudad-, el poder real en toda ella seguiría siendo judío, puesto que la capital está, y seguirá tras cualquier acuerdo de paz, rodeada por territorio anexionado o dominado sin fisuras por Israel. Pero las partes buscan, sin cintura, diferentes reconciliaciones con la historia que hasta hoy han sido incompatibles.
Últimamente se ha vuelto a oír hablar de algún tipo de internacionalización de la Ciudad Santa, una especie de soberanía universal sobre Jerusalén que dejara la administración a cada parte en su territorio de forma que todo fuera téoricamente de todos aunque Israel continuara siendo el único poder real en la ciudad. Esa solución no la rechazarían frontalmente los palestinos. Quizá merecería la pena explorar ese camino.
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