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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Un bebé en la Ciutadella ISABEL OLESTI

Lo que tiene de malo llegar a Barcelona después de pasar dos meses colgado en la montaña es que el crío se queja. Su espíritu se ha vuelto salvaje y mientras los mayores añorábamos ya un poco de asfalto él se ha prendado del color verde, del aire libre, y ya no soporta el parque que lo tenía encerrado, ni gatea por el pasillo: quiere libertad. Así es que el primer domingo después de las vacaciones nos vamos de excursión al parque de la Ciutadella.Antes de cruzar el paseo de Picasso nos llega un estruendo de tambores que se reafirma cuando pasamos frente al monumento que Tàpies dedicó al pintor malagueño. Caminamos al lado de una especie de piscina que forma parte de la obra para gloria del autor y la ciudad, que ve así aumentado el número de mosquitos y bichos varios que pululan por el agua. Absortos en tan singular obra de arte -consiste en una vitrina con un mueble de recibidor despanzurrado- seguimos el incesante tam-tam que nos lleva al mismo corazón de la Ciutadella. Atravesamos un bosque de yucas, jacarandás y palos rosa y nos encontramos con un nutrido grupo de gente sentada en la hierba tocando toda clase de instrumentos de percusión. Mi hijo se vuelve como loco y lo soltamos: ¡Esto es mejor que la montaña!, ¡esto es la selva!

Bajo un pino australiano un rasta se encuentra en plena elaboración de un porro. Una chica con el ombligo al aire mueve la cabeza a ritmo frenético mientras los demás la acompañan con palmas y silbidos. Los hay que parecen dormir, aunque deben estar rendidos porque el alboroto es considerable. Son muchos los que comen pipas, otros practican la capoeira o la gimnasia, otros preparan una merienda y otros se besuquean entre laureles y sauces, ajenos al barullo. Perros de todas clases y medidas van de un lado para otro, olfatean la comida o se lamen entre ellos. El amo, que aún no camina, ya está en medio del corro. El aroma a maría forma una nube por encima de nuestras cabezas y yo me pregunto si va a salir colocado, o quizás le dé el empujón que le hace falta para tenerse en pie. Nunca se sabe como reacciona uno.

Pasan los minutos y cada vez son más los que se unen a la fiesta. Nosotros ya estamos un poco hartos y decidimos marcharnos, lo cual ocasiona un serio altercado generacional y provoca el primer choque entre padres e hijos. Los percusionistas nos acusan de crueles y hasta la chica del ombligo al aire deja de bailar y se une al bebé. Nos vamos -como se dice vulgarmente- con la cola entre las piernas, y para compensar el agravio lo llevamos al jardín de los más pequeños, un recinto vallado donde sólo entran padres con sus retoños. No parece muy feliz con el cambio, pero lo soporta con dignidad.

Si alguien ajeno a la paternidad o maternidad se sienta en uno de esos bancos que bordean el jardín y contempla lo que pasa allí dentro creerá estar en un frenopático en miniatura. Niños chillando, babeando, niños corriendo sin rumbo, niños peleándose a muerte, niños encaramándose como monas en aviones y caracoles que bailan; padres histéricos, padres protectores, padres que pasan de todo... Los progenitores tienden a mirar al hijo del otro, a compararlo con el suyo. Todos parecen relacionados, todos hablan con todos, como una gran familia, como si se conocieran de toda la vida. En esa especie de burbuja parece fácil entablar amistad, hasta me atrevería a decir que es un lugar ideal para ligues de padres divorciados.

Nos sentamos al lado de un hombre con pinta de desorientado. Al cabo de unos minutos se acerca una niña de unos tres años "¿Dónde está mamá?", le pregunta. El hombre busca con los ojos sin obtener ningún resultado; luego se levanta y repite la operación sin mover un pie. "Creo que mamá ha desaparecido", dice bastante tranquilo. Coge la mano de la niña y se van. No sé cómo termina la historia. La nuestra continúa en el parterre de una de las plazoletas del parque. Mientras los homeless duermen una eterna siesta el niño gatea y los contempla encantado. Luego coge un poco de barro y se lo lleva a la boca. No hay nada como masticar tierra para abrir el apetito.

Jose Maria Tejederas Chacon

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