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Tribuna:
Tribuna
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Dos manías políticas

Cada vez tengo menos ideas políticas, es decir, menos ideas preconcebidas. Aprendí la lección de Chaves, que una vez negó la existencia de diferencias profundas entre derechas e izquierdas en lo que se refiere a la política de verdad, la economía: izquierda y derecha sólo se distinguirían en el reparto de sobras entre los pobres y sus semejantes. La izquierda, según Chaves, es más caritativa. Liquidados mis prejuicios, o en vías de extinción, me descubro dos manías políticas.La primera manía quizá tenga que ver con mi rígida educación en el catolicismo. No soporto que los cargos elegidos directa o indirectamente por los ciudadanos participen en ritos religiosos: vara de plata en mano del alcalde, escapulario y medallas sobre el chaqué, junto al párroco o el obispo, muchas veces bajo escolta de la tropa armada. Los políticos representan a electores de distintos credos, y a ateos, agnósticos e indiferentes: no pueden disfrazarse de celebrantes de ninguna religión. En España el triángulo amoroso entre el ejército, la iglesia católica y el poder civil resumen una larga historia de guerras, la última hace más de sesenta años, casi un siglo ya. Quizá sea mi instinto religioso, germinado en la infancia, lo que me lleva a aborrecer el exhibicionismo de los políticos papistas: lo sagrado no merece mezclarse con los intereses de todos los días, objeto de la política.

Esta manía ha crecido tanto que he tomado una decisión: no votaré a ningún partido que, a través de sus miembros electos para cargos públicos, participe oficialmente en actos religiosos. Votaré a partidos explícitamente laicos que se comprometan a respetar todos los cultos, absteniéndose de invadir sus ritos. Lo que hagan privadamente en este aspecto los políticos o los fontaneros me da lo mismo.

La segunda manía es ésta: me parece inaguantable la palabrería que iguala vida política y vida colegial, el vocabulario de la escuela aplicado al Parlamento. El señor diputado no ha traído hechos los deberes, la señora diputada deberá repetir el examen, no ha estudiado bien su asignatura. Esta trivialización e infantilización de la política siembra la sospecha de que sus profesionales son una especie de estudiantes perpetuos, como aquellos que alargaban la juventud lejos de los suyos, en Sevilla o Granada o Madrid, estudiando sin fin medicina o farmacia: vida eternamente juvenil y ociosa, sin compromisos serios y reales.

Ahora, ante las cámaras de prensa y televisión, se presentan los ordenadores portátiles y teléfonos móviles megacomputerizados que recibirán los parlamentarios andaluces en un proceso de alfabetización ultraelectrónica sustituto del viejo reparto de lápices y libretas a principios de curso, en septiembre, cuando uno se asoma a la escuela y todavía queda algún luminoso día de vacaciones. Torres Vela, presidente del Parlamento, aprovechó la ocasión para pedirles a sus colegiales que no usen expresiones malsonantes ni hirientes. Y dijo una cosa absolutamente verdadera:

-Se puede ser contundente sin herir al adversario ni emplear términos soeces.

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