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Tribuna:CRÓNICAS.
Tribuna
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La seducción de las palabras

Juan Cruz

Fernando Lázaro Carreter no podrá olvidar el día en que, siendo director de la Academia, fue a ver al entonces presidente Felipe González para hablarle del presente que entonces tenía la institución. Entonces, no hace tanto tiempo, era grande el prestigio, pero nula la disposición económica para afrontar ninguna acción que pusiera en el ámbito competitivo lo que era simplemente el honor de tener una misión de custodia. Por lo que se contó entonces y por lo que se recuerda ahora, aquel presidente del Gobierno hizo las gestiones adecuadas y una sucesión de personajes -en primer lugar, el presidente del Banco de España, ahora retirado, Luis Ángel Rojo- se puso manos a la obra para que el sueño de Lázaro -hacer una Academia viva, moderna, transformada para hacer su misión con eficacia- empezara a hacerse realidad. El dinero fluyó y la Academia dejó de ser la Cenicienta que cerraba antes de la medianoche porque no había dinero para pagar la factura de la luz.No fue de pronto que la Academia echara a andar, pero ahora hasta Bill Gates sabe que anda, y de qué manera; se fue Lázaro, que sigue activo, en la Academia y en la prensa, defendiendo el patrimonio que le obsesiona, la sintaxis, y vino a la dirección de la Española, para continuar esa labor de actualización y modernización, Víctor García de la Concha, que ocultaba detrás de su sabiduría lírica de lector y crítico de poesía la voluntad inquebrantable de un turmix irrefrenable de agitación cultural.

Digamos que ésas son las dos fuerzas visibles detrás de un acontecimiento que no tiene parangón en la reciente historia de las instituciones culturales españolas. Nadie hace ahora reportajes veraniegos sobre lo (poco) que ganan los académicos, ni se escriben cuentos sobre lo que esconden sus sótanos; ni siquiera hay motivo alguno para decir que allí sólo hay viejos y sólo hay académicos.

Ya no hay, pues, bromas con la Academia, aunque siga habiendo bromas con el español; es cierto que instituciones públicas siguen ignorando el enorme potencial de cultura y de comercio que puede generar una adecuada difusión del español, y es notorio que no hemos llegado a los niveles de marketing y comunicación que de su idioma han hecho históricamente los ingleses, los franceses o los alemanes, pero es verdad que somos más, muchos más, aunque con esa cantidad sólo podemos hacer orgullo y no negocio. Si no hay elementos comunes, si no se dedican las instituciones culturales o políticas de los dos universos del español a imaginar qué se puede hacer en el futuro, en común, con esa enorme potencia, todos estos sueños de grandeza, que una vez fueron pura retórica y ahora parecen más cercanos a la tierra, pesarán justamente lo que pesan los sueños.

Ahora que la Fundación Príncipe de Asturias premia la labor que la Academia ha hecho para hacer que el español sea de todos, hay que recordar que también premió antes al Instituto Caro y Cuervo, que tanto ha hecho desde Colombia por poner el español al día; es una voluntad que comparte mucha gente, como si las palabras, las que decimos, el lenguaje común, se hubieran abierto paso, definitivamente, con la capacidad de seducción que les atribuye Álex Grijelmo, desde el título de su último libro, en el que hablar se propone como si fuera la aventura de una película imposible de filmar sólo con imágenes.

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