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La libertad económica y el liberalismo

Ahora que somos conscientes de que, como tan a menudo ha sucedido en el pasado, las sociedades modernas afrontan nuevas perspectivas de crecimiento y bienestar material, es más oportuna la discusión sobre la configuración del espacio en el que tales oportunidades se materializan. Me refiero al espacio que crea la interacción social, a los individuos que protagonizan dicha interacción y a las instituciones en las que ésta se concreta. Naturalmente, junto a las oportunidades de la nueva globalización (recuérdese que el mundo estaba globalizado a finales del siglo XIX) se constatan riesgos y peligros cuya manifestación corresponde a la interacción social evitar.No me refiero a una discusión ideologizada sobre la organización de la sociedad de cara al reto global, que me parecería bastante estéril si se basara en la distinción entre "derecha" e "izquierda", y más aún si alguna forma de utopía anduviese de por medio. Me refiero a un esfuerzo intelectual honesto y abierto para actualizar, "reinventar" si es preciso, los principios y las ideas que mejores servicios han rendido a la humanidad a lo largo de su peripecia hacia el progreso. La idea de libertad es una de ellas y sobre ella quiero extenderme en lo que sigue.

La política y la economía son dos de los ámbitos más idóneos para practicar la libertad y ambas prácticas deberían encontrarse estrechamente unidas. No siempre ha sido así, ni siquiera en la actualidad. Considérese la siguiente tipología: el "Estado totalitario" (por ejemplo, el régimen soviético: ni libertad política ni libertad económica), el "Estado autoritario" (por ejemplo, el régimen franquista: amplia libertad económica y nula libertad política), el "Estado corporativo" (por ejemplo, muchos países europeos de la llamada "economía social de mercado": plena libertad política pero limitada libertad económica) o el "Estado liberal" (por ejemplo, los países anglosajones: plena libertad política y amplia libertad económica).

En la tipología anterior habrá apreciado el lector algunas matizaciones, ya que es difícil detectar tipos puros excepto en el caso del Estado totalitario, la más abominable y viciosa de las formas anteriormente consideradas. La comparación entre el Estado corporativo y el Estado liberal no resulta inmediata, al menos para muchos, dadas las actuales coordenadas ideológicas. Se verá que he situado a ambos tipos en el mismo plano respecto a la libertad política, como creo que es el caso en los países que cito, pero que, respecto a la libertad económica, he introducido una cierta escala: más o menos libertad económica es lo que distingue en la actualidad a las principales concepciones sobre estos dos pilares de la organización del Estado en los países más avanzados. Una asimilación simplista tendería a asociar el Estado liberal a la derecha y el Estado corporativo a la izquierda o a la socialdemocracia, basándose en el menor o mayor protagonismo del Estado frente al mercado.

Propongo, pues, que se actualice la idea de la libertad desde esta doble acepción, política y económica, para afrontar la globalidad. Con ello, y con todo, la verdadera tarea intelectual no habrá hecho sino empezar, ya que, si bien existe amplio consenso sobre la bondad de las mayores cotas posibles de libertad política, todavía no hemos resuelto el debate sobre si es deseable la mayor libertad económica posible. Las resistencias que surgen al avance de la economía global muestran bien a las claras que subsiste muy arraigado el miedo a la libertad económica. Cuando aceptamos la libertad política, pero rechazamos la libertad económica, estamos exteriorizando un problema que requiere solución. Especialmente exteriorizamos una mala comprensión de lo que es la libertad económica, sin duda porque no nos lo han explicado bien o porque lo que vemos bajo la apariencia de libertad económica no encaja en nuestra propia concepción. ¿Es un problema semántico, de percepción o más profundo?

De la libertad surge un tipo de acción susceptible de juicio moral (y también penal). No se puede juzgar a un pino por arder, pero sí a quien lo incendia, al menos siempre que su acto fuese el resultado de una elección libre. No hay libertad cuando nuestras acciones son fruto del sometimiento a otros, a la necesidad o a la miseria. Es la liberación de estados de necesidad o dependencia la que nos hace libres y, por lo tanto, sujetos a un juicio moral por nuestras acciones. Pero el progreso material no ocurre sin consecuencias, siendo las principales que cada vez estamos menos sometidos a las limitaciones materiales y que nuestras opciones aumentan. Esas mayores posibilidades materiales no se están viendo acompañadas por desarrollos en la sociedad ni en las ideas que nos permitan sacarles un mejor partido. Una ilustración: la globalidad es el nuevo cauce para el incesante progreso material y sus consecuencias negativas radican más en la incapacidad para adaptar las ideas que gobiernan la organización de la sociedad que en la globalidad misma. El encadenamiento de los conceptos es muy claro: más prosperidad implica más libertad (económica), que ha de ejercerse con mayor responsabilidad.

La secuencia anterior no es lineal, sino que se retroalimenta en un círculo virtuoso. Pero hay numerosos factores que impiden su desarrollo, pues la prosperidad material se distribuye inadecuadamente, el ejercicio de la libertad es imperfecto y la responsabilidad no queda siempre bien establecida ni depurada. Muy a menudo se tiende a pensar que es el liberalismo el que produce estos fallos y se invoca la intervención del Estado y la limitación de la excesiva libertad económica. La "derecha crea riqueza y la izquierda la distribuye", se dice, para justificar la solidaridad asociándola además a la izquierda. La sorpresa es que la derecha ha descubierto que, además de crear riqueza, también puede distribuirla arrebatándole a la izquierda su espacio. La "tercera vía", en represalia, viene a decir: la (nueva) izquierda, pues no otra cosa es esta vía, también puede crear riqueza, además de distribuirla. Al final, todos en el centro de la playa vendiendo a igual precio los mismos helados a los bañistas. ¿Es éste el camino para la renovación de la política en el tiempo global que se avecina?

En mi opinión, no. No lo es porque se olvida que el cauce de la solidaridad es más estrecho de lo que parece. Se olvida de que su exceso adormece a la sociedad y su defecto la desgarra. Se olvida que la prosperidad se distribuye mejor cuanto mayor es la igualdad de oportunidades, porque se crea más riqueza. La igualdad de oportunidades es infinitamente más barata y productiva que las billonarias transferencias tan características de nuestras economías sociales de mercado; pero, además, es la esencia de la solidaridad. Se olvida que la libertad económica ofrece infinitos beneficios en comparación con sus costes. Y, finalmente, se olvida que los abusos de la libertad económica se corrigen con el ejercicio de la responsabilidad y con el perfeccionamiento y la aplicación de las leyes. ¿No será que tenemos una idea equivocada de lo que es el liberalismo? ¿No será que seguimos teniendo miedo a la libertad? El liberalismo no necesita otros combustibles que la igualdad de oportunidades y la práctica de la responsabilidad. No hay, a mi juicio, mejor manera de acercar la política a la naturaleza humana. Tras varios milenios de civilización todavía no lo hemos aprendido. A ver si el que empieza nos pilla un poco más advertidos.

José A. Herce San Miguel es director de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada y profesor de Economía en la Universidad Complutense de Madrid.

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