El frío jardín de las gorgonias JACINTO ANTÓN
Bajo el contundente nombre de Covadonga, Cova para los amigos, se esconde esta chica de rostro limpio y facciones agradables. Es fácil imaginarla sentada en una roca junto al mar, salpicada de espuma y con el cabello revuelto por el aire y el salitre. El reino de esta joven es el océano y su jardín lo pueblan algas y anémonas entre las que surgen aquí y allí extrañas criaturas de un barroco bestiario submarino. Hoy lleva un ligero vestido estampado pero a lo largo de la conversación la imaginaremos con traje de neopreno o embutida en las gruesas prendas de las expediciones polares. Covadonga estudia los invertebrados marinos y ese estudio la ha llevado a participar en varias misiones científicas a la Antártida."Mi mundo es submarino y mis bichos en frascos de formol resultan algo feos", comienza, como disculpándose por no haber traído alguno. "Soy bióloga, estudié biología y siempre pensé hacer algo relacionado con la vida en el mar. Desde el principio me interesaban, de manera intuitiva, los invertebrados, y muchos son marinos. Fui al mar por los bichos. Luego comencé a interesarme por la interacción entre un bicho y otro y de todos con el medio acuático. De Madrid, donde nací, di el salto a Barcelona, al Instituto de Ciencias del Mar y aquí me hicieron un hueco. Aprendí a bucear y trabajé mucho en las islas Medas, un ecosistema muy presionado por el buceo turístico; hay que pensar que un simple aletazo contra una roca puede matar a un ser que ha tardado en crecer 40 años". En ese tiempo en las Medas, Covadonga vivió un momento muy especial: "Una de las primeras veces que buceaba allí noté lo que era participar plenamente en la vida en el mar. Vi cara a cara a los seres que había estudiado, cómo abrían y cerraban sus pólipos. Era maravilloso". La joven estuvo un par de años en el instituto y luego conseguió pequeños contratos en proyectos sobre el plancton en el Mediterráneo. "A mí me interesaba sobre todo el trabajo con bentos, los organismos que están en el suelo marino, por contraposición al plancton, que son los que flotan. Los bentos no son siempre organismos fijos. Mi especialidad son éstos" -la joven muestra unas fotos de algo que sugieren vegetales marcianos de una película de ciencia-ficción-. "Sí, parecen arbolitos, pero son bichos. Son gorgonias". Gorgonias. "Organismos modulares compuestos por muchos elementos pequeñitos. Una entidad formada por muchas. Es interesante". Y bella. La joven sonríe como si recibiera un cumplido personal y baja un instante los ojos, oscuros e inteligentes. "Sí". ¿Hay un componente estético en su interés por las gorgonias? "Siempre trabajas mejor si el bicho te gusta".
Covadonga Orejas sigue desgranando su historia marina, tan refrescante en esta tarde calurosa en la terraza del Museo de Historia de Cataluña, donde la leve sombra de un toldo apenas consigue crear un clima algo más soportable que el de la tienda de un beduino en el Nefud. "Mi jefe en Barcelona tenía buenos contactos con un instituto alemán en Bremerhaven y me salió una beca para hacer mi tesis allí; conseguí una prolongación y luego otra beca, de la Unión Europea, y tuve la gran suerte de poder participar en varias campañas en la Antártida". La palabra cae y se queda ahí, fundiéndose con los restos de hielo de una bebida. Hermosos sueños blancos. "En una ocasión estuve dos meses en el mar de Wadell", prosigue la chica. ¡El de Shackleton! "Sí. Junto al Cabo Noruega, una zona donde los alemanes tienen una de sus estaciones". En las campañas antárticas, Cova no disfruta del contacto directo con las gorgonias en su medio. "Allí las sacamos de profundidades de unos 200 metros, utilizando diversas artes, como dragas y redes. Su mundo es entonces algo lejano, no puedes palpar cómo viven". Pero el viaje tiene muchas compensaciones. La joven evoca albatros, paseos en cubierta rodeada de icebergs y una larga playa de hielo con grandes pingüineras. "Un paisaje helado y no sólo por el frío". Y la banquisa. ¿Quedaron atrapados? "No, bueno, en una ocasión, al barco, un rompehielos llamado Polarstern, se le rompió uno de los motores, y tuvimos que salir rápido porque el hielo se cerraba alrededor y arriesgábamos no tener espacio libre suficiente para tomar carrerilla para romperlo". Covadonga dice no haber llegado a pasar miedo -claro, con ese nombre-, "pero percibes que hay que ir con mucho cuidado y que la Antártida no es el mejor medio para los humanos".
¿Descubrieron algo extraño en el mar de la Antártida? "¿Como calamares gigantes?", dice la joven evidenciando ser una consumada lectora de 20.000 leguas de viaje submarino. "No, pero ¿sabes? hay bichos muy grandes en las aguas de la Antártida, se produce un cierto gigantismo. Y contrariamente a lo que pudiera parecer, son unas aguas muy ricas, llenas de vida". En una foto, junto a las gorgonias puede verse lo que parece un gran campo de chupa-chups. "Son esponjas, stylocordila borealis".
"Un viaje a la Antártida es una situación muy especial, científica y personalmente", prosigue la bióloga. "Estás mucho tiempo, en un espacio muy cerrado, con gente que no conocías, 50 o 60 investigadores, y la tripulación del barco. Luego te cuesta volver a adaptarte al mundo real". Cova dice que de la Antártida hay algo que te impacta muy fuerte: "Sientes una carga de reponsabilidad ante ese espacio virginal, no tocado; notas que nosotros podemos estropearlo mucho y percibes que hay que ir con gran cuidado, con un enorme respeto".
Para llegar a donde está, Covadonga ha debido pasar mucho tiempo ayudando en el laboratorio, observando plancton al microscopio hasta que le lloraban los ojos. Y quiere seguir hacia adelante: "Ahora me gustaría dedicarme a algo de ciencia más aplicada. Una vez trabajé en educación medioambiental con chavales y me gustaría volver a retomar esa experiencia. Y pasar a otro sistema más...". ¿Cálido? "Volver al Mediterráneo me gustaría".
Instituto de Ciencias del Mar, .93 221 64 16 . Islas Medes: www.gencat.es/darp/medi/pein/aparcn24.htm
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