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Bienal a lo grande

De nuevo la tenemos aquí. Como un reflujo de arte contenido, Guadiana mayor que, cada dos años , desbordara sus ímpetus secretos, la XI Bienal de Flamenco. Más crecida incluso. De los 43 espectáculos de la edición anterior -algunos todavía estremecen la memoria-, hemos pasado a los casi 60. Artistas más de 500 y días 33. Todo un alarde, que desde luego requiere un esfuerzo de organización descomunal, al que no hay que regatear elogios. Sobre todo porque el modelo no ha cambiado, quiere decirse, continúa desarrollando en lo cuantitativo aquella fórmula felizmente ideada por Ortiz Nuevo, año 1980, consistente en unas equilibradas proporciones de maestría y de audacia. Claro que entonces la escasez obligaba a toda suerte de piruetas imaginativas y la izquierda era verdaderamente unitaria. Un poco por la proximidad tardo-romántica de Mayo del 68, pero sobre todo porque aquel Ayuntamiento del 79 estrenaba democracia con las arcas vacías. Cómo se reunieron los primeros dos millones y pico para la I Bienal, pertenece a la materia heroica, casi fabulosa.Este año el presupuesto es de 250 millones. (Ayuntamiento, 65; Consejería de Turismo, 25; de Cultura, 40 (mayormente en especie); Instituto de la Juventud, 15; Diputación, 15; INAEM, 10; El Monte, 5 (?); resto, taquilla). Parecerá a algunos cantidad suficiente. Pues caerán en un error. Sigue siendo pura pacotilla, teniendo en cuenta la magnitud del empeño, y no digamos lo que este arte merece.

La Bienal de Flamenco, pese a sus grandes y llamativos fulgores, sigue siendo en lo económico un gigante con los pies de barro. Por odiosa que resulte, también es inevitable la comparación con lo que sucede, por ejemplo, con el gran Teatro de la Maestranza. El presupuesto del año pasado de esta eficaz institución alcanzó los 1.240 millones, para 110 espectáculos del más alto nivel operístico-musical. Y tampoco es que naden en la abundancia, ni que el esfuerzo no sea meritorio, sobre todo por repercusión internacional y recuperación de inversiones. Pero si miran la proporción, verán que la Bienal debería andar por los 600, o sea, que le faltan otros 350, en números grandes. (Y no contabilizamos el hecho de que se trata de un gasto bianual) ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué la ciudad de Sevilla, sus instituciones, su público, invierten en ópera y grandes orquestas cinco veces más que en flamenco? No queremos hacer análisis simplistas que pudieran acabar en demagógicos. Pero algo pasa. Seguramente ya no es cuantitativo, sino conceptual y político. ¿Por qué las Cajas de Ahorro, tan sevillanas y andaluzas ellas, rehuyen la Bienal? ¿Por qué Canal Sur Televisión no retransmite el acontecimiento? ¿Es que hay recelos todavía con la patente política del invento? El hecho cierto es que el intrincado mundo de los cachés, los derechos de imagen, la inversión en espectáculos propios, etcétera, parecen exigir ya otro modelo de gestión, más acorde con los nuevos tiempos. Ya no estamos en el 79, aunque la nostalgia nos empuje a creer que entonces éramos, por lo menos, más felices.

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