Las manos
Del hombre miro siempre las manos, cantaba Raimon. Este hombre que tengo ante mí tiene las manos decididas, firmes pero delicadas; habla con ellas, pero no las mira; con sus gafas de colores se fija en los ojos de quienes le miran y trata de convencerles con sus ideas; abre las manos y las mueve como si quisiera que por ellas fluyera el agua; y cuando termina de dar su argumento, con las palabras y las manos, las cruza sobre su pecho y se dispone a escuchar. Cuando escucha no le veo las manos, en realidad las oculta como si quisiera decirle al otro "oye, que te estoy respetando en silencio".Mi padre tenía mucho carácter, la verdad, y hablaba con las manos, pero no las guardaba al final, como si siguiera argumentando; sin embargo, este hombre que tengo delante se las guarda y luego las saca a relucir de nuevo. Veo en ellas un anillo azul que rodea un dedo domesticado y tranquilo, feliz, supongo, de que lo circunde ese aro. Decía Raimon en aquella canción que hay manos que matan y otras que mandan matar, y en Plenilunio Antonio Muñoz Molina se centra en las manos de un asesino como si en las manos estuvieran el destino y el retrato; se ven las manos en el libro, dibujan el porvenir del hombre que mata. Pero en estas manos del hombre que tengo delante sólo veo paz, cierta ansiedad por hacerse entender, y también veo la edad, la edad se ve en las manos: por ellas asciende, como hormigas al sol, una sucesión de pecas que van a acabar en el puño cerrado de la camisa veraniega, como si él hubiera pasado de los cincuenta años.
Me imagino esas manos escribiendo, comiendo, tomando un coñac en copa de balón, en medio de una risa o al principio de una sobremesa que la felicidad haría interminable. Pero no me imagino esas manos, por nada del mundo, alrededor de un gatillo, y mucho menos empuñando un arma para matar; si acaso, las imagino alrededor de un gatillo de fogueo para dar inicio, por ejemplo, a una carrera de caballos. Y, sin embargo, no es la mano de un catalán, pongo por caso, sino que es la mano de un vasco, y le he leído esto el otro día al líder actual de los nacionalistas vascos: "Uno no se imagina a un catalán con un arma en la mano. A un vasco, sí. Esto no es bueno, pero es así. Es una cuestión de carácter". Pues yo no me imagino un arma en la mano de Fernando Savater, y eso que es un hombre con mucho carácter.
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