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Pedagogía

Paralelamente al agrio debate que la persistencia del terrorismo etarra suscita entre actores políticos y mediáticos se ha abierto paso un nuevo frente dialéctico que, por reduccionista, supone un peligro cierto para el crecimiento y consolidación de los nacionalismos democráticos en las diferentes nacionalidades del Estado.Independientemente de que la solución al conflicto violento que protagoniza ETA sea política o policial, la acritud que produce el endémico fenómeno excede al caso concreto para nutrir argumentaciones genéricas que colocan al nacionalismo, en sustantivo, como el centro y origen de las lamentables consecuencias sociales y políticas que sufren Euskadi y España. De ese modo, y cada vez con mayor contundencia, poco importa que todo el mundo sepa que hay procedimientos políticos que separan nítidamente a los violentos que persiguen mediante la fuerza de las armas (del terror, en este caso), la obtención de la soberanía nacional de aquellos que aspirando genéricamente a lo mismo se ubican expresamente fuera del ámbito de la violencia, la condenan activamente y, además, la sufren como obstáculo para sus pretensiones, que expresan a través de reglas de juego compartidas mayoritariamente con competidores políticos de entidad, y mediante prácticas amparadas por la Constitución.

Si el fragor dialéctico alcanza ya la temperatura indiscriminada que confunde lo uno con lo otro es porque se añade intencionadamente un objetivo más al genérico de acabar con la violencia: demonizar al nacionalismo, cargar de sentido peyorativo al vocablo y a cualesquiera de sus prácticas por modélicas y constitucionales que sean. En cierto modo no deja de ser paradójico que las coincidencias en la descalificación (matizada en el PSOE) se produzcan cuando derecha e izquierda menos motivos de diferencia ideológica presentan; si la primera busca en el puzzle centrista el imposible objeto de su vacío ideológico, la abdicación del programa socialista y el descrédito intelectual del radicalismo izquierdista colocan a la segunda en una simple posta a la espera de que la primera se complique la vida para recoger la pieza política sin consumir más energía que la de la paciencia. Convergentes en el modelo de sociedad, y apenas diferentes en los modos políticos, la tentación para ambas es disputarse también la cuota de españolismo social radical (entendido como natural y constitucional, políticamente correcto, por tanto) incluso a cuenta de resucitar viejos monstruos políticos para exhibirlos en tono moralizante contra el enemigo común: el nacionalismo.

Allí donde la opinión pública, el comportamiento electoral y el ejercicio del gobierno han consolidado fuerzas democráticas para la paciente y quizás ambigua construcción de espacios políticamente e institucionalmente soberanos el espectáculo lamentable del reduccionismo argumental es un acicate para la autoafirmación de los postulados sustanciales y de procedimiento, pero donde, como es el caso del País Valenciano, el nacionalismo democrático está aún lejos de su consolidación y con notables lagunas de definición, el proceso desatado en España puede resultar óptimo para su descrédito y un freno para su desarrollo.

Por eso, y ante el estupor que produce la virulencia de un debate con trampa, no basta con los lamentos, y se impone una respuesta pedagógica y lúcida, que, además, mantenga el vigor estable de una democracia plural.

Vicent.Franch@uv.es

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