Maldición
Retomo la columna tras un mes de vacaciones y, para mi desaliento, verifico que todo sigue igual o más bien peor, porque las cosas, dejadas a su suerte, suelen mostrar una perversa tendencia a descacharrarse. Desde luego, este verano hemos alcanzado hitos vergonzosos, protagonizados por los etarras y el PNV de Arzalluz (porque hay otros peneuvistas que son distintos). A mí, personalmente, el nacionalismo me parece una pasión anacrónica, un tanto regresiva y algo paleta, pero comprendo que mis ideas les pueden resultar igual de tontas a los nacionalistas que a mí las suyas, y desde luego considero que, si lo decide democráticamente, un pueblo tiene todo el derecho a independizarse o a integrarse en la República Tagala, pongamos por caso.Así es que estoy a favor de organizar un referéndum vasco, por ejemplo, pero para llegar a ello es necesario recorrer con anterioridad un largo camino. Hay que decidir los límites territoriales (los etarras, en su delirio, pretenden incluir las provincias francesas) y el contenido de la pregunta, y un sinfín de detalles e implicaciones. Y todo esto, así como el referéndum en sí, sólo puede llevarse a cabo en libertad, cosa por completo imposible en el País Vasco de hoy, un pueblo enmudecido, aterrorizado y tiranizado por los asesinos. Primero habría que erradicar por completo la violencia, y luego tendrían que transcurrir bastantes años de paz para que la sociedad vasca pudiera perder el miedo y recuperar su voz. Cuanto más tarde en acabar la carnicería de ETA, más lejos está el inicio real de la posible independencia.
Por eso está siendo tan bochornoso este verano: porque el PNV de Arzalluz parece estar a punto de confirmar nuestras peores sospechas, a saber, que los peneuvistas podrían acabar con este horror cuando quisieran, y que simplemente no quieren, porque pretenden usar a ETA como quien usa al coco, para amenazar y sacar prebendas. Una actitud ignorante y suicida. Me pregunto qué país pretenden legar a sus hijos: una tierra sembrada de odio y calaveras; un pueblo empobrecido por la huida de sus intelectuales, de sus empresarios, de sus artistas; un desierto ensangrentado y embrutecido. Sus nietos les maldecirán por esa herencia.
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