La televisión de nuestras esencias
La televisión, cuando la humanidad mejore algo, será considerada el invento peor aprovechado de la historia. Pocas veces un instrumento de semejante impacto ha tenido una utilización más cicatera. La televisión se ha convertido en el sonajero de las clases bajas, exiliadas de la cultura, y de los colectivos (niños, ancianos) intelectualmente más indefensos. Esta consideración se ahonda, hasta lo abismal, si nos quedamos con las denominadas "cadenas generalistas", aquellas que se financian por la publicidad o que, paradójicamente, pagamos todos mediante impuestos. Aquí los niveles de dignidad alcanzan lo subterráneo.Incluso el fenómeno de la moda alcanza en la televisión carácter de auténtica dictadura. La contraprogramación permite a los gestores televisivos reducir la oferta hasta límites asombrosos, por más que cada dos o tres años esa oferta se modifique, en virtud de criterios atrabiliarios. Ni siquiera vale, a este respecto, el argumento demagógico de los presuntos gustos del pueblo llano. Yo no sé por qué hace cinco o seis años los gustos del pueblo llano, implacables, exigían un culebrón sudamericano para la sobremesa y por qué hoy, a la misma hora, imponen una revista del corazón. Lo cierto es que estas mareas se suceden y que no dejan resquicios para una oferta plural.
Las tardes de la tele están ahora invadidas por los programas del corazón, por la vida de los famosos de linaje y por la vida de esos otros famosos (por méritos) que son los inquilinos de la casa del Gran Hermano. Si antes los corazonistas era una congregación, ahora se ha convertido en un ejército de marujas y de livianos periodistas que dilatan horas y horas ejercitando el cotilleo. Para cotilleos, uno siempre ha pensado, nada como los vecinos de escalera, los amigos o los compañeros de trabajo, pero la humanidad parece preferir que el cotilleo se vincule a las actividades escatológicas de un abanico de inútiles remotos.
Y lo curioso es el especial protagonismo que los vascos, ese pueblo antaño sobrio y viril, han adquirido en esta versión moderna de la España de charanga y pandereta. Anne Igartiburu, concebida en la Euskadi profunda, paradigma de la belleza aria (o prearia, si me apuran) y antigua punta de lanza de la televisión en euskera de Arrasate, se ha transformado en la nuera favorita de todas las marujas, en la nuera de España, podríamos decir, desde su atalaya en la televisión del gobierno monclovita.
Pero el fenómeno más asombroso lo protagoniza ETB, la televisión gudari, cuyo diario ejercicio de cohesión social y cultural del Estado no habría estado mejor diseñado ni en las grutas del activo y eficaz gabinete de prensa del Ministerio del Interior. Nuestra televisión autonómica dedica horas y horas a unir el espíritu de todas las Españas persiguiendo a Carmina Ordóñez, arrancando valiosas declaraciones de Rociíto u obteniendo exclusivas sobre Jesulín, Carmen Sevilla o la casa de Alba. Estoy seguro de que los patrióticos huesos de mi aita estarán revolviéndose en su tumba ante la gestión de esos apóstatas que hoy manejan las riendas de Euskal Telebista.
En un país tan complicado como el nuestro, donde tanto habría que hablar, y tanto que hacer para entender, entenderse y entendernos, la imagen de nuestra tragedia tiene un fugaz reflejo en los informativos. No hay, a lo que parece, nada que reflexionar o analizar desde un medio como la televisión, de tan extraordinarios efectos.
En Euskadi se suceden los asesinatos, la amenaza y la extorsión, niñatos radicales acosan a los disidentes y crece un riesgo atroz de separación civil en dos comunidades. Pero uno pone la tele y los periodistas del corazón dilatan horas y horas en charlas de peluquería y mandando unidades móviles a Marbella, Sevilla o La Moraleja.
Pasan las décadas, los siglos, pero en las televisiones (incluso en las que pago de mi bolsillo) sigo viendo a Marujita Díaz, mejor conservada que la momia de Lenin, como si esto fuera el Nodo de los tiempos de Franco. Hasta mañana, corazones.
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