Añorando Ajuria Enea
EDUARDO URIARTE ROMERONo, no hay acuerdo. Parecía que había posibilidades de salir de la caverna, pero la condición política en clave soberanista puesta por el PNV a la creación de un foro sobre la violencia arrastra de nuevo hacia las profundidades. Mientras, ETA vuelve a asesinar.
Ahora bien, si el PNV es incapaz de desligarse de los planteamientos que le llevaron a Lizarra y crear un foro entre demócratas ¿por qué no lo hace el PP en Madrid? Es cierto que existen relaciones bilaterales del ministerio de Interior con los partidos, pero eso no es una mesa de consenso. Con un poco de elegancia se podría crear, o volver a poner en marcha, el Pacto de Madrid. Pudiera ser que la razón para no promoverlo resida en el mantenimiento en solitario por parte del PP de una imagen de entereza frente al terrorismo, aunque no pueda protagonizar en solitario el peligro porque muchos más también lo padecen. Para reafirmar y destacar su altiva y entera postura ante el terrorismo, Aznar se da el gustazo de pedir aguante al PSOE frente a la presión que pudiera sufrir, como si fuera algo nuevo. Se olvida que él mismo, cuando estaba en la oposición, le entrenó y preparó bien para el aguante cuando explotó el asunto del GAL o criticó la política antiterrorista tras el atentado del puente de Vallecas. No es bueno que nadie, a estas alturas, manipule la violencia y que se sienta molesto por la lealtad en este asunto, porque las consecuencias perniciosas son incontrolables.
En estas circunstancias de confusión hay que recordar con añoranza la Mesa de Ajuria Enea, pero las reacciones son múltiples. No sólo el nacionalismo moderado aparece reticente a revitalizarla; con el fin de evitarlo creará la tercera o cuarta vía. Al PP se le observa forzado, prefiere jugar en la estrategia del encontronazo aprovechando el fallo estratégico del PNV de abandonar el centro político y la opción por el orden y la rabia contenida de la ciudadanía. Empeorando un refrán, dos no hablan si los dos no quieren hablar. Sin embargo, la cuestión más urgente es dejar fuera del juego político a la violencia.
La virtud más importante de la Mesa de Ajuria Enea fue que aparcaba en su seno la violencia y formulaba una postura unitaria ante ella. De esa forma, la política se hacía en otra parte, especialmente en el Parlamento, despolitizando y quitando transcendencia a la violencia. Su desaparición supuso no sólo que la violencia contaminara la política, sino que fuera el aspecto dominante de la misma. Además, el ascenso de la violencia al dominio de la política se produjo de una manera fulminante, porque el Pacto de Lizarra, que quería sustituir al de Ajuria Enea, relacionó descaradamente la violencia, "el conflicto", con reivindicaciones políticas tanto del nacionalismo radical como del tradicional, en la ilusa contemplación de la superación de la violencia. Rota la tregua, se ha sostenido hasta hace poco el Pacto de Lizarra (alguien dice que sus principios aún perviven), y así, para mayor prestigio de la violencia, se vio llevada al centro del debate político, engrandeciéndose y haciéndose necesaria al no ser aceptadas por los no nacionalistas, a manera de trágala, las reivindicaciones nacionalistas a las que formalmente se supeditaba.
Las consecuencias han sido muy graves. No sólo por la legitimación otorgada a la violencia, sino porque las relaciones entre los partidos se han deteriorado peligrosamente, las instituciones vascas están en crisis, el exilio político de intelectuales empieza a conocerse con nombres y apellidos y el nacionalismo democrático se expresa de forma poco democrática con apelaciones, usadas por Franco, a los medios de comunicación, los tontos útiles y la capitanía. Como si ambos nacionalismos se miraran al espejo.
Este tipo de discursos son más que un síntoma. El trauma que produce la muerte no es suficiente para la meditación en un nacionalismo democrático que se siente acosado (sin capacidad de pensar en cómo se sentirán los que no son nacionalistas). Nadie puede garantizar que sin la búsqueda del diálogo -pero diálogo entre los demócratas- ese nacionalismo vasco no acabe, por la vía del esencialismo, como el nacionalismo español de la preguerra, repudiando la democracia. La Mesa de Ajuria Enea fue la materialización del triunfo del diálogo entre los demócratas, del abandono de la manipulación de la violencia, y de la esperanza de estabilidad democrática para la ciudadanía ante el fantasma del terrorismo. Y, sin embargo, casi todos juegan a escaparse de ella.
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