El monólogo de un hombre acosado
Éxito en Madrid del actor aragonés Pedro Rebollo con 'De noche, justo antes de los bosques', de Koltès
Un buen actor con un buen texto, y salta el teatro. Pedro Rebollo, de Zaragoza, "está considerado como uno de los mejores actores de su generación", dice el programa del clásico monólogo de De noche, justo antes de los bosques, de Bernard-Marie Koltès, cuya representación en el teatro El Canto de la Cabra, de Madrid (San Gregorio, 8) se ha prorrogado hasta el 3 de septiembre. Y de varias generaciones, puedo añadir después de verle y oírle. Lo dice a gran velocidad (50 minutos), a pesar del acento de meteco, o de inmigrante ilegal en la ciudad donde el río tiene 31 puentes (París), de perseguido, de víctima de los que parten por la noche para la ratonnade, o el acto agresivo de un grupo de europeos contra el moro. Lo dice con todo el estado de nervios, con todo el deseo de pactar, con todo el miedo y con toda la maldición oculta, y todo el llanto del ilegal perseguido: ya sabemos cómo son. Cuando Koltès escribió esta obra, y cuando se estrenó en Madrid, aquí no había ratonadas, ni se sabía que éramos tan racistas. Ahora suena de otra manera: a lo que puede estar pasando en un pueblo vecino, o unas calles más abajo.No sé decir si la traducción (que en el programa no tiene autor) es buena: las imperfecciones pueden ser buscadas, para añadir más sensación de extranjería. En todo caso, en el programa me parece que se dice algo equivocado: que el texto está alejado de todo artificio literario. La busca del lenguaje peculiar del personaje, de su hampa, de sus calles, es un artificio literario, y la palabra artificio no quita nada a su calidad, que va por otra vía: la creación de la angustia, la descripción de un ser humano acosado por sus semejantes y entre la vida y la muerte; el par de historias de la calle de las putas que relata el personaje.
Bernard-Marie Koltès murió a los 40 años (1948-1989). Ésta fue su primera obra y desde ese momento gozó de un culto que no se ha extinguido en Francia. Patrice Chéreau dirigió el monólogo en un festival de Aviñón; pero exageró su dirección por encima del texto, como es tan frecuente. No es el caso de Luis Merchán (al frente de la Compañía Ciudad Interior, de Zaragoza, que lo ha puesto en escena): ha ejercido una dirección interna; repito, el alto valor de la pieza está en el actor y el texto.
El final de esta versión es abrupto: el actor huye hacia los bosques, porque huye el personaje, y su fuga forma parte de su existencia. El público duda de si ha terminado o no la obra, y eso corta y azora sus aplausos, con los que tendría derecho a manifestar su opinión.
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