EDUARDO MENDOZA - ESCRITOR "La chapuza del franquismo fue indescriptible"
Eduardo Mendoza pasa el agosto en Barcelona, como resulta lógico en un hombre de su posición. Y da las últimas puntadas a su nueva novela.Pregunta. ¿Quién era usted en 1968?
Respuesta. Ya tenía 25 años. Un poco por encima, en edad, de los que estaban en las barricadas. Había acabado los estudios. Procuraba viajar. Venía de una familia extraodinariamente sedentaria, para la que desplazarse a Vallvidrera era un problema enorme. Como temía cumplir los 50 y no haber pasado de Zaragoza, me propuse viajar, con becas, o con lo que fuera. Además, siempre tenía la molesta sensación de que las cosas pasaban en un lugar diferente de donde yo estaba.
P. ¿Consiguió atraparlas?
R. No demasiado. Aunque en 1966 pasé una temporada en Londres, el de King's Road, los Beatles y Mary Quant. No entendí nada. Aunque la sensación de haberlo vivido no se me quitará en la vida. Da igual que lo entiendas o no: nadie entiende las cosas cuando están pasando. Pero luego sólo las entiende a fondo si las ha vivido. No vale ver las cosas por televisión. Pero, en fin, no todo fue como lo de Londres.
P. ¿Tuvo fracasos?
R. Sí, alguno fue muy divertido. Empeñado en ese afán de encararme con el mundo, viajé a Suecia.
P. ¿Qué pasaba allí?
R. ¿Que qué pasaba? Nada. Nunca mejor dicho, nada. Era verano y todas las suecas estaban en España. Me dediqué a ver museos. Eso fue... un año antes de Londres.
P. ¿A París también iba cuando ya venían?
R. Ni siquiera. París lo vi por la televisión. Era difícil de soportar. Cuarenta veces te pasaban el mismo metro de película, pasara lo que pasara. Lo habrían comprado por ahí y tenían que amortizarlo. La chapuza del franquismo fue indescriptible. Por casualidad, a finales de 1968 estuve unos días en Suiza. Pude ver algún reportaje de la televisión suiza, que era una cosa muy diferente. Recuerdo, por ejemplo, que el carácter escenográfico de los hechos de mayo lo descubrí allí.
P. ¿Puro teatro?
R. Cambió la medida de pelos y faldas. Eso fue todo.
P. ¿Y fue poco o mucho?
R. Hay cosas... Las mujeres, las relaciones interpersonales... Pero desde luego yo estaba equivocadísimo si alguna vez creí que de mayo iba a salir una revolución. Al menos del mayo que pasaba en el patio de mi colegio. Porque el de Praga fue otra cosa. Yo había estado en Praga en 1965...
P. ¡Impresionante!
R. Ya le he advertido de mi relación peculiar con los grandes sucesos de la humanidad. A Praga llegué antes de hora. Pero el viaje fue decisivo para mí. Bueno, lo decisivo fue más bien el regreso. No me escuchó nadie.
P. La pregunta es por qué no querían escuchar.
R. Se comprende, en parte. La gente que yo trataba estaba comprometida, intelectual y físicamente comprometida. Habían invertido su vida y sus ilusiones en ese compromiso. No iban a escuchar a un jovencito que les explicaba las colas de las panaderías checas.
P. ¿Por qué no iban a verlas?
R. Ah, no sé. La verdad es que preferían ir a Marruecos y cosas por el estilo. Y si viajaban al Este era en delegaciones más o menos oficiales.
P. ¿Y usted por qué viajó?
R. Un viaje por el Este me pareció lo más exótico a lo que podía aspirar.
P. ¿Fue marxista?
R. He sido mal creyente y peor practicante. Mi gusto por las novelas de aventuras me incapacitó un poco... Leía a Lenin y no lo entendía, pero me daba cuenta de que no lo entendía. Intenté ver la relación que había entre leer Mundo Obrero y que los negros vivieran mejor, pero no se la encontré nunca. Un problema personal, sin duda.
P. ¿Qué era lo más espantoso que explicaba del Este?
R. Que la profecía orwelliana, el hormiguero jerárquicamente constituido y todo eso, no tenía nada que ver con la realidad. El Este era, sobre todo, una casa de barrets, es decir, un lugar donde todo iba manga por hombro. Un desbarajuste. No funcionaba.
P. No le sorprendió su caída.
R. Eso sí. Como todo el mundo, yo pensaba que el comunismo era insostenible pero que iba a durar siempre.
P. ¿Y al margen de paradojas?
R. Bueno, la verdad es que yo había visto cómo funcionaba la política de los países socialistas en la ONU. Puedo decirle que los representantes más preclaros de la esclerosis eran los políticos y funcionarios del Este. Era gente muy acostumbrada a la adulación y a que les diesen la razón de la forma más rastrera. Además, eran torpes y muy inflexibles. Totalmente incapaces para la política. No se molestaban en cambiar ni una sola coma del discurso que habían preparado para ellos sus jefes rusos. Unos detrás de otros iban repitiendo palabra por palabra la misma cantinela. Es verdad que también los occidentales podían recibir una instrucción del más poderoso; pero su capacidad de maniobra, aunque sólo fuera estética, era incomparable.
P. Todos esos políticos torpes y mezquinos se habían formado en un ideal noble.
R. Sin duda. Eso es lo peor. Lo más impresionante de la caída del comunismo fue que nadie, absolutamente nadie, saliera en su defensa. Un movimiento nacido de una revolución gigantesca, de un colosal esfuerzo humano, desaparece de la noche a la mañana sin que nadie salga en su defensa. Y aquel Ejército que veíamos desfilar en todas las rigideces posibles se deshace como un azucarillo. ¿Usted lo comprende? ¿Usted se imagina que en la plaza de Oriente se congregara un millón de personas para rendir homenaje a Franco y al año siguiente no apareciera ni una? Los españoles lo hicimos con una cautela más razonable: primero, un millón, luego trescientos, luego, cien... luego cero. Nadie defendió al comunismo. Para la gente de mi generación es algo inconcebible.
P. ¿Leer y escribir sigue siendo un propósito razonable para el futuro?
R. Aunque no condujera a nada, eso es lo que me gusta hacer. Creo que estamos en el umbral de un cambio que no controlamos ni siquiera en forma de proyección. A lo mejor no se lee nunca más. Ahora bien, yo no he encontrado nada parecido a ese ejercicio intelectual y ya no lo encontraré nunca. El libro es una unidad de conocimiento, que no tiene sustitución posible. Pero eso no quiere decir que no desaparezca. Al fin y al cabo las fuerzas del mal existen...
P. Veo que cree en algo.
R. Ah, claro. Que hay fuerzas de la oscuridad que quieren pringarnos a todos... de eso no tengo dudas. Una cosa es que fuera vago y no creyera en la militancia y otra muy distinta pensar que el mal no existe.
P. La cultura y sus practicantes han perdido el aire optimista, incluso la cierta chulería que los caracterizó en el pasado. Hoy los cultos van a la defensiva.
R. Es que... motivos para ir de chulo no hay muchos. El hundimiento de la educación, para poner un ejemplo, ha sido terrible. El balance de la gestión de la izquierda se pierde por ahí. La izquierda, en el siglo XX, nos ha llevado a un mundo más justo. Pero su gestión educativa ha sido un fracaso.
P. ¿Un problema de autoridad?
R. Sí, la izquierda no ha sabido ejercerla. Luego hay también causas históricas. Éstos son tiempos fáciles. Los jóvenes no han sido educados en ninguna disciplina terrible, de guerras o de privaciones. La práctica del ascetismo sin necesidad es muy dificultosa. Cuando mi primo no quería comerse la verdura, recuerdo que mi tía le decía: "Pues yo en la guerra me comía pieles de patatas". Pues muy bien: ¿hay que darles pieles de patatas a los hijos, para que vayan acostumbrándose, por si les cae encima el cataclismo? Hay más razones: la educación contribuye hoy al asco cultural de los jóvenes. Sólo hay que ver la lista de lecturas obligatorias. Los chavales se aburren mortalmente. Se decía que el latín era aburrido y no servía para nada. ¡Y se le sustituyó por la lingüística y el estructuralismo! Algún día se evaluará el daño que Saussure y Margaret Mead han hecho al siglo.
P. Usted ha observado siempre su trabajo con la misma distancia irónica que aplica a lo restante.
R. Con un poco menos...
P. Disculpará el énfasis: ¿ha encontrado alguna pista moral en la escritura?
R. Si la he encontrado ha sido a condición de no buscarla. Si uno se vigila en su trabajo, se controla, y no va solucionando sus problemas con recursos facilones, con truquitos, si practica esa elemental buena educación con los demás, con los lectores, pues yo creo que eso te acaba llevando a una cierta posición moral. Ahora el camino inverso, instalarte de salida en una posición moral, es más difícil. Y mucho más peligroso.
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