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DE PORTBOU A HENDAYA/29

MÁS VALE COMER DE PIE QUE VIVIR DE RODILLAS

San Sebastián es una de las ciudades más hermosas de este mundo, no sólo por los ritmos que te ofrece, en especial esa ensenada cadera que se llama Concha. La hermosura la aportan sus gentes cuando quieren ser felices en el museo del whisky de Bordonaba, buscando los 16 puntos cardinales de la gastronomía apellidada o tapeando por el barrio viejo, uno de los mejores barrios viejos de la globalidad gracias a sus tapas y a la profesionalidad de sus parroquianos, todos graduados en el MIT con un master en barrios viejos. Si vives en San Sebastián en un día de fiesta, sea la carrera de traineras o sea un Real Sociedad-Bilbao, logras el vínculo de saciedades cómplices con ciudadanos cautivos de la misma sensación de fiesta absoluta.Los vascos han superado cuantitativa y cualitativamente el concepto de la tapa y la han impulsado como una pluralidad de desafíos gustativos. Tapa pertenece al diccionario polígloto universal, junto a guerrillero, desesperado, Pasionaria... La tapa es una oferta de felicidades plurales, y en el Diccionario de gastronomía de Carlos Delgado se la define como "menudencia gastronómica...". Los historicistas remontan su origen a aquellos tiempos en que había que darle de comer en pequeñas dosis a Alfonso X el Sabio, y otros consideran que la palabra procede del platito que en Andalucía se colocaba con algo que comer para tapar el vaso de vino. En el País Vasco, la tapa es una lujuriosa exhibición de antipastos de siete Italias: croquetas, salpicones, raciones de bacalao, montaditos de lo divino y lo diabólico, marisco, tripas, todo lo tortillable, ensaladillas absolutas, montaditos de lomo adobado, empanadillas, mollejas, dos mil clases de banderillas, chorizos picantes, buñuelos de chorizo, mejillones rebozados, revoltillos, pimientos rellenos y platillos recién hechos.

Pero de pronto suenan descargas, se levantan adoquines, carga la policía entre derrumbados contenedores, cejas partidas vacían su sangre, la sociedad civil trata de volver a casa y a mí unos muchachos me ayudan a salir del barrio viejo, donde, pase lo que pase, siempre creeré que más vale comer de pie que vivir de rodillas.

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