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Tribuna:ViajesEn busca del mogollón
Tribuna
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INDIOS A LA SOMBRA

- El mogollón es más raro que un perro verde. Hola. Portugal. Algarve. Faro. Martínez. Me explico. Faro es la capital del Algarve. El Algarve es donde los portugueses -me asegura una señorita que se dedica a que los portugueses se vayan de vacaciones- van de vacaciones. Y Martínez es lo que va quedando de ese pollo que, a principios de agosto, se fue a buscar mogollones por la Península. Estoy tan lento de reflejos que el bombón helado que me ha regalado mi compañía aérea portuguesa favorita me lo ha birlado un niño portugués. He pedido otro bombón helado a la azafata. Nueve veces. Y el niño me lo ha regateado otras tantas. El crío llevaba una camiseta de Figo. Igual era eso. Bueno. Cuando llego a Faro saco mi cuaderno de notas, pongo cara de póquer y empiezo a tomar notas en plan viajero inglés. Me sale un viajero inglés poco épico. Parezco un inglés de peli de ingleses que cruzan el desierto a pata tras un accidente aéreo. Más concretamente, parezco el inglés que se vuelve loco en mitad del desierto y del segundo acto, momento en el que se va corriendo por el desierto al grito de agua-he-visto-agua-mi-sargento. Tras unos segundos de perplejidad, el sargento dice: "McTínez se ha vuelto loco". Y pasan a otra cosa. Bueno. Ahora estoy en el hotel y repaso las notas escritas en mi cuaderno de viaje. Notas. Extracto: "Como inglés no doy el pego"; "parezco el inglés de las pelis de ingleses que etc."; "el taxista, con lo que me ha cobrado desde el aeropuerto, ha accedido a la segunda vivienda"; "bueno, vamos a buscar el mogollón"; "cielos, no hay mongollón"; "¿qué le digo ahora al jefe?"; "quiero ir con mi mamá" y "¿por qué me ha pegado, si yo sólo dije señorita, usted querer ser mi mamá?". - Mogollón bajito. Una curiosidad del mogollón portugués en Algarve es que es un mogollón flojito, como el tono de voz imperante. Por el día, Faro parece un pueblo al que llega Clint Eastwood. Sólo hay silencio, sol y algún indio dormitando en la sombra. De hecho, en Faro veo un tenderete de artesanía hindú, con dos indios dormitando a la sombra. El personal, me dice un intelectual especializado en sociología del ocio en el Algarve -para disimular, va vestido de urbano-, durante el día está en la playa. Voy a la playa. Otra rareza del Algarve es que la playa está lejos de la playa. Me explico. Faro está al lado de la mar salada. No obstante, sus usuarios, al contrario de los usuarios de Lloret o de Benidorm, han decidido que la ciudad no se convierta en playa. La playa es la variante del mar más chabacana. Si una sociedad decide tener la playa lo más alejada posible, pues mejor para esa sociedad. Tardo varios kilómetros en llegar a la playa. Playa. Descripción. Es una extensión de arena sobre la que Dios, en su juventud, arrojó unas rocas gigantescas, alegremente, como quien arroja sal a la ensalada y se ríe. El resultado visual es a) una playa bella y onírica y b) la sospecha de que el mundo es una ensalada que alguien se come. De vez en cuando observo algún grupo de portugueses. Hay tan pocos y tanta playa que decido cambiar mi concepto científico de mogollón. Lo reduzco, en este caso concreto, a grupo de cuatro personas o más. Descripción del mogollón portugués: familias con abuela, con caballeros silenciosos, con señoras silenciosas y con niños silenciosos que, cuando van o vienen de la playa, se ponen una camiseta de Figo. Luego crecen y, como Figo, se cambian de club sin que nadie se entere, de la noche a la mañana, en silencio y cobrando una morterada.

- Portugal, como otra lectura. Lo más parecido a un mogollón me lo encuentro posteriormente. En Faro. Por la noche. Tras la cena, que se toma más pronto que en el resto de la Península, las familias salen a dar un voltio y tomarse un café. Se sientan en una terraza y se toman un café. Durante horas. Emplean esas horas en hablar de la vida. Las calles, las mesas de los cafés, respiran una paz mágica. Los turistas planetarios buscan magia. La magia son trucos. Las vacaciones son, de hecho, un truco que uno se inventa para vivir el invierno. Supongo, por tanto, que estas horas nocturnas y mágicas es lo que han venido a buscar los turistas portugueses a este ¿mogollón? Supongo que eso es lo que recordarán en invierno. Cuando sean mayores, sus veranos de la infancia, tal vez, no sean horas de playa, sino horas de palabras. Que, por cierto, no consigo escuchar desde mi mesa. Se trata de otra lectura del verano. La sociedad portuguesa es, en la Península, quizás eso. Otra lectura de las cosas. Gracias a Portugal, quien esté interesado en ello puede ver una sociedad peninsular con otra velocidad, silenciosa, tolerante y, por cierto, muy poco nacionalista. En ningún otro lugar de la Península nadie soportaría que, constantemente, se le gritara en otra lengua. Mañana me voy a varias leguas de aquí. A un sitio que es cuatro mil pesetas y pico divertido. La solución, lo dicho, mañana.

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