Dios fluvial
Valencia siente tanto respeto por el río Turia que le tiene consagrados dos cauces sin que éste haga uso alguno de ellos. El río ya no existe. Dejó la tierra y ha alcanzado la dimensión espiritual. Pero su ausencia terrenal ha sido sustituida por sus cauces, que se han convertido en hornacinas vacías para que la feligresía continúe rindiéndole un tributo religioso casi inconsciente. El más sagrado de ellos es el viejo, el que durante muchos siglos ha ceñido a la ciudad por el norte y ha determinado su temperamento civil.Valencia nació entre dos brazos del río, y del mismo modo que una persona sigue notando una pierna tras serle amputada, este abrazo fluvial continúa atenanzando psicológicamente a la ciudad. Su cauce y sus latigazos han incidido mucho más en su morfología y en su carácter que el Mar Mediterráneo. La ciudad y el río han mantenido un pulso de amor y de miedo tan intenso como algunas sociedades con sus dioses. El río ha suministrado una prosperidad constante, incluso una cierta estrategia militar defensiva, a cambio de desgracias intermitentes, como la que ocurrió hace 43 años con un desbordamiento que inundó la ciudad. Las dimensiones de esta tragedia todavía se pueden interpretar en el zócalo que estampó en las paredes que han sobrevivido al auge urbanístico en el casco antiguo.
La cantidad de carne que ha tributado la ciudad al río es impresionante. Entre 1321 y 1957 la ciudad soportó 22 desbordamientos, 11 crecidas y 15 inundaciones, con sus dramas correspondientes y las derivaciones mitológicas oportunas. Hasta los cordones umbilicales de muchos de los que nacimos junto al río fueron enterrados en el cauce como arbitrio místico, justificado en una leyenda de Sant Vicent Ferrer, quien había padecido tanta sed de niño que exigía este rito mágico para prevenir a los recién nacidos.
En los últimos 2.000 años, los sedimentos arrastrados por el Túria han ganado más de dos kilómetros de tierra firme al mar, que en la época de los romanos llegaba hasta la actual plaza de Honduras y el barrio de la Font de Sant Lluís. En el fondo, es como si la naturaleza estuviese conspirando día tras día para alaejar al mar de la ciudad. Por el contrario, la presencia del río es tan intensa que 15 años después de haber desaparecido, desangrado por la huerta y eliminada la espumosa lengua fecal en la que había degenerado, la vida sigue transcurriendo pegada a su cauce, que se ha convertido en el eje vertebral de la ciudad.
El vecindario lo continúa buscando como escenario preferido para pasear, sacar al perro, inyectarse zumo mortífero, practicar deporte, ser atracado o simplemente para entretenerse en sus jardines y olvidar que el mar está ahí.
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