Víctimas
Vaya por delante mi respeto hacia Cristina Cuesta. Pero creo que todos debemos hacer una reflexión. La historia que yo quiero contar sucedió en 1979 y, por desgracia, veo que sigue vigente.En ese año Ángel decidió casarse y su hermano, guardia civil destinado en el País Vasco, fue a Madrid a su boda. Normal, si pasamos por alto que Pepe tuvo que cambiar la matrícula de su coche en tres ocasiones; ni que el delincuente fuera él, vamos. Pero lo más patético del caso fue Carlos. Por aquellos días tenía tres años. Nosotros vivimos en Madrid, pero Pepe quería estar tranquilo en una casa que tenemos en un pueblo de esta misma provincia; en ella se construyó un paseo de cemento para montar en bici, jugar, y esas cosas que se hacen cuando uno es niño.
Cuando Carlos se vio allí, libre, lo único que hizo fue correr paseo arriba y abajo. Toda la familia estaba sorprendida. Su padre explicó que Isabel no podía llevar a sus hijos al parque y hacer la compra era pasar horas de pie aunque estuviera en la tienda a las nueve de la mañana; los niños no jugaban con Carlos porque su padre era guardia civil y... andaluz. A ver si ya de una vez nos damos cuenta de que el dolor de las víctimas del terrorismo no tiene nada que ver con su procedencia geográfica, y que sería humano saber del sentir de las viudas, huérfanos y familiares de los que tuvieron la desgracia de morir allí sin más atadura que la de un puesto de trabajo. Que creo que ya va siendo hora de tener en cuenta a todos, no sólo a los vascos.- Ana María García Naharro. Madrid.
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