Mundo raro
Vivimos en un mundo donde nada es lo que parece, donde la información diaria esconde otra realidad que se nos oculta. Nos acribillan a todas horas con noticias de tan diversa índole y de vida tan efímera, que si más tarde llega el desmentido ya no lo relacionamos con la noticia primera. Así ocurrió, por ejemplo, con la fábrica de armas químicas de Sudán que bombardeó Bill Clinton. Meses después, en un recuadro apenas visible, la prensa informó de que no era más que una farmacia, probablemente de medicamentos occidentales caducados. Nos enteramos ahora de que la OTAN exageró a conciencia el número de víctimas del exterminio de albanokosovares para justificar una guerra de espectáculo y ensayo de armamento. Nadie sabe qué ni quién se oculta tras ETA, ni por qué un inspector de policía de Barcelona se inventa catástrofes y delitos. Nadie nos ha explicado aún la relación entre Noriega y la CIA ni qué oculta la drástica cancelación del Concorde. Y por descender al último grado de la escala de Richter, tampoco se nos dice por qué nuestros gobiernos no saben prevenir los incendios ni qué oscuro pacto une al president Pujol con el Partido Popular para que apruebe con tanta sumisión sus proyectos de ley. Meros ejemplos. Pero, ¿y lo que no vemos ni imaginamos?Por esto nos hemos vuelto tan escépticos y tan indiferentes a catástrofes y corruptelas. ¿Por qué celebrar que un estafador sea condenado si antes de leer la noticia ya lo han puesto subrepticiamente en libertad? ¿Para qué sufrir por el Kursk si quizá dentro de unos años nos dirán que estaba vacío o que ni siquiera existió? ¿No hemos sabido de carambola que en 1946 ocurrió lo mismo con el submarino C4 de la Armada española?
No hay garantías de que la verdad coincida con la realidad. Ni las hay de que alguien nos la diga. Nadie puede: los hilos que estrechan cada vez más esa maraña inextricable de manipulada información nos llegan de todo el planeta, pero nunca nos será dado ver el rostro de los poderes fácticos que se ocultan tras ella.
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