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VERANO 2000

Un edén exótico con sus juegos de niños

No escogí Sevilla. Pero cuando supe que me mudaba aquí, me llené automáticamente de alegría: ¡el Sur! A los ingleses nos encanta el revés de lo nuestro. Y pensé en el calor, la estética taurina o musical, el relax... todo lo cual se confirmó con creces. Nunca me imaginé huyendo así del sol, o cansándome de escuchar a los jóvenes con su flamenco en la plaza a la hora de la siesta. Todo tiene su mesura, y Sevilla es una ciudad exagerada, de rasgos fuertes y sintéticos, tanto que a veces una se siente atrapada en un hermoso dibujo inalterable.Dibujo que tampoco quisiera alterar, cuando por estas calles de cálidos colores toda faena cotidiana se transforma en paseo. La belleza arquitectónica de Sevilla está en el punto perfecto. No nos hace desmayarnos a cada rato con un síndrome de Florencia, pero nos regala ensueños constantes... desde la calle. Los patios son extrañamente adustos, los interiores tenebrosos. Por eso nadie se queda en casa.

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Y es cierto lo que dicen del buen trato. Algunos españoles norteños advertían con ceño fruncido que no había que fiarse de esa simpatía andaluza. Yo mantengo que sólo se les pide confianza a los amigos; en los demás busco la amabilidad, y aquí la tienen.

Lo que no me esperaba, a sabiendas de la gravedad de Lorca, Falla o Machado, era descubrir a un pueblo unánimemente volcado en juegos de disfraces y de muñecas.

¿Cómo explicarme que personas adultas hagan cola para ver un belén, o se apasionen comparando la estructura interna de dos vírgenes de palo; que profesionales serios abandonen todo para asarse durante una semana en el interior de casas en miniatura con moños, o que al programa Añoranzas llamen hombres curtidos -cuando se supone que las beatas son mujeres- con tono de empollón? Al cabo de dos años, yo también tengo un juego: veo a cualquiera y pienso: parece normal... pero a lo mejor pertenece a una hermandad, como quien dijera a una especie diferente, de pulsiones insondables para el extranjero.

Sin embargo, disfruto de la diferencia mientras no me excluya, ni le moleste la mía. Es que Sevilla es sin duda tan diferente a todo y al tiempo tan fácil de vivir que, en un mundo de creciente uniformidad, resulta un estímulo. Está tan inocentemente complacida consigo misma que apenas se percata de cuan auténticamente exótica es, con su ambiente edénico de pre-revolución industrial. Ahora, conociéndola un poco y abrazada a su tolerancia, excentricidad y dulzura de vivir, escojo Sevilla.

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