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El 'Kursk' y otros dramas de Rusia

Desde hace una semana, Rusia sigue angustiada la suerte de los 118 marinos presos dentro del submarino Kursk en el fondo del mar de Barents. Las noticias oficiales no permiten saber cuál fue el accidente que ha varado y dejado en silencio el Kursk. Lo más sorprendente es la falta total de comunicación entre el submarino, que sólo lleva funcionando cinco años, y los navíos que han acudido en su socorro. ¿Cómo explicar la ausencia de radio, teléfono u otros medios que permitan conocer lo que pasa a bordo?Lo más probable es que el Kursk chocara de frente con otro barco ruso y que sus dos primeras secciones -la del puesto de mando y la de comunicación- quedaran destruidas. La colisión tuvo lugar el sábado 12 de agosto, y no el 13, como se anunció oficialmente. Vladímir Putin, de vacaciones hasta ayer en Sotchi, decidió hablar el miércoles 16. Definió la situación del Kursk como "crítica", pero aseguró que Rusia estaba en posesión de todos los medios necesarios para su salvamento. Ese miércoles, el Almirantazgo ruso pidió ayuda al Reino Unido y a Noruega. Se perdieron cuatro días preciosos por satisfacer el orgullo de un presidente al que no le gusta dar malas noticias.

Sea cual sea su desenlace, la tragedia del submarino Kursk obliga a examinar el extraordinario deterioro de la flota rusa. Desde 1990 ha perdido las tres cuartas partes de sus barcos y submarinos. De los cinco portaaviones que le legó la URSS, hoy sólo funciona uno. De los 114 submarinos nucleares no quedan más que 21, y la mayoría del resto se pudre en el mar del Norte o en el Caspio. Durante la campaña electoral, a comienzos de este año, Vladímir Putin fue a Kaliningrado e hizo una inmersión en un submarino. Con ello quería demostrar su interés por una marina que surca los mares dando testimonio de la grandeza de una nación. Pero un país que no gasta en defensa más que 4.000 millones de dólares -frente a los 300.000 millones de EE UU- no puede reivindicar razonablemente tal papel.

La tragedia del Kursk ha dejado en segundo plano los dramas del pasado, como el atentado del 8 de agosto en el paso subterráneo de la plaza Puchkin, en pleno corazón de Moscú. El Estado ha prometido 20.000 rublos (700 dólares) a la familia de cada una de las víctimas y se ha hecho cargo de los gastos del entierro. El prudente Putin pidió que no se incriminara a ninguna nacionalidad y que se esperara a los resultados de la investigación criminal. La hipótesis de un ajuste de cuentas entre las mafias encargadas de "proteger" los quioscos instalados en los pasos subterráneos ha ganado terreno rápidamente. A pesar de las primas prometidas -100.000 dólares a todo el que ayude en la investigación- y los retratos-robot difundidos, la mayoría de los moscovitas duda de que algún día se llegue a saber quiénes han sido los autores del atentado, como no se sabe quiénes provocaron hace un año 200 muertos en Moscú, Volgodonsk y Buinatsk.

Después de la tragedia, Vladímir Putin se fue con su familia de vacaciones a Sotchi. Según los sondeos, sigue siendo muy popular: el 73% de los rusos confía en él. Es un resultado notable, pero se ha conseguido a crédito, más por lo que se espera del presidente que por lo que ya ha hecho. Putin recibe a mucha gente, preferentemente cara a cara -Eugeni Primakov, y después, Mijaíl Gorbachov, han sido algunos de sus invitados recientes- y sin un comunicado final. El 28 de julio organizó una mesa redonda con 21 oligarcas, algunos de los cuales daban muestras de estar preocupados por la policía fiscal o por los tribunales. "Trabajad mucho y pagad los impuestos", les dijo, en esencia, y les prometió no volver a hablar de cómo se habían hecho las privatizaciones. Poco después se supo que se habían abandonado las investigaciones en curso. El oligarca más comprometido, Vladímir Gusinski, propietario de la televisión NTV, fue autorizado a viajar a España, donde se espera que se quede. Del mismo modo, ya no se habla de los 140 millones de dólares que el fiscal solicitó a Putin para compensar el bajísimo precio de la compra de Norilsk Nickel, que había adquirido cinco años antes. Finalmente, se abandonó la solicitud de compensaciones aún más elevadas a la fábrica de automóviles la Avtovase, por los vehículos vendidos clandestinamente.

Todo este barullo da la impresión de que Putin "ladra mucho, pero no muerde". Pero esos gestos manifiestan una intención que la opinión pública aprueba y que le hace esperar acciones más eficaces. Este sentimiento refleja el odio popular hacia los oligarcas y hacia la corrupción en general, pero no se basa en nada concreto. Los puestos clave en el equipo de Putin están ocupados por liberales, como Mijaíl Kasianov, su primer ministro, y German Gref, su ministro de Previsiones Económicas y autor de su plan de desarrollo para los años futuros. No serán ellos los que permitan una lucha seria contra la corrupción. Por otra parte, la fuga de capitales en 1999 alcanzó los 23.000 millones de dólares, según el Ministerio de Hacienda, frente a los 26.500 millones en 1998, lo que prueba lo poco que han cambiado las cosas en un ámbito tan crucial.

Por otra parte, la guerra de Chechenia, que permitió a Putin convertirse en presidente, dista mucho de haber terminado. Dos o tres soldados rusos son asesinados a diario en el Cáucaso por la guerra de minas de los partisanos chechenos, que las colocan en el camino de los convoyes rusos. El general Vladímir Kazantsev, convertido en supergobernador de la región del Cáucaso del Norte, ha sido el primero en sacar a colación la necesidad de una negociación con el presidente checheno, Aslán Masjádov. Pero ha tenido que dar marcha atrás por la hostilidad de los militares. En la opinión pública gana terreno la idea de una negociación -un 70% de los encuestados cree que la actual política no conduce a una solución en Chechenia-, pero el Ejército no quiere ni oír hablar de ello. Su problema es la falta de dinero para equipar a las tropas comprometidas en la guerra. El general Anatoli Kvachnin, jefe de Estado Mayor, se ha alzado contra los gastos para la construcción de misiles intercontinentales, los SS-27 y los SS-25. "Más que construir misiles, debemos proporcionar a los soldados que se encuentran en Chechenia aviones y helicópteros capaces de volar de noche o bajo la bruma", dijo en esencia el general Kvachnin, aludiendo a la trágica suerte de los paracaidistas de Pskov que, tras caer en una emboscada la primavera pasada, no pudieron ser salvados a causa del mal tiempo. Poco antes de irse de vacaciones, Putin fue a Pskov a inaugurar el monumento en honor de los 76 paracaidistas asesinados. El ministro de Defensa, el mariscal Serguev, que ha sido jefe de las fuerzas estratégicas tachó a Kvachnin de "estúpido" e indigno de llevar el título de oficial ruso. Un debate tan violento sólo podía ser arbitrado por el presidente, que es también jefe supremo del Ejército. Putin hizo un juicio salomónico: las fuerzas estratégicas siguen siendo intocables hasta el 2006 y mientras tanto se limitan las fuerzas antiaéreas y sus misiles.

Durante este tiempo, en Moscú, Borís Berezovski, el oligarca más odiado, ocupa el primer plano, entre otras cosas, por la negociación en Chechenia, no con Aslán Masjádov, presidente demasiado "blando", sino con extremistas (¿Basaev? ¿Khatab?) cuyos nombres no cita. Chechenia no es más que uno de sus puntos de desacuerdo con el presidente, al que ayudó a ser elegido, pero cuyas tendencias estatistas no acepta. Por ello ha decidido formar un partido de "oposición constructiva" que falta en Rusia. Al anunciar la formación de este partido, Berezovski estaba acompañado sólo por un escritor, Vasili Aksionov, emigrado desde hace tiempo a EE UU, y por el cineasta Alexandr Govorukin, diputado en la Duma del partido La Patria. Pero Berezovski citó a otros promotores, entre ellos Alexandr Yakovlev, en otro tiempo brazo derecho de Mijaíl Gorbachov y teórico de la perestroika, y dio a entender que "muchos de los gobernadores están de su parte, pero no pueden decirlo oficialmente". Aspiraba a ser el portavoz del gran capital, que, según declaró a Le Figaro, debe asumir el papel de líder en una sociedad democrática. Su houtzpa (desparpajo) obliga a buscar explicaciones ocultas. La hipótesis más corriente es que prefiere el papel de "mártir político" al de condenado por delitos económicos. La investigación suiza sobre el desvío de fondos de Aeroflot a favor de sus sociedades Antava y Forus (For Us en inglés, "para nosotros") ha hecho grandes progresos, y ha proporcionado al fiscal de Moscú irrefutables documentos de acusación. Es posible que Berezovski se convierta en el primer oligarca al que Putin mande encarcelar. Aun así, sus relaciones con los "nuevos rusos" y la mafia no se aclararán.

La tragedia del Kursk monopoliza la atención de la prensa rusa. No es amable con el presidente que, el pasado miércoles, no pronunció una palabra de agradecimiento a los que han acudido a la operación de salvamento ni de compasión hacia las familias de los marinos. Algunos comparan ya esta tragedia con la de Chernóbil, que tan terriblemente sacudió el régimen de Gorbachov.

K. S. Karol es experto francés en cuestiones del este de Europa.

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