_
_
_
_
Tribuna:Área libreFotos de la memoria
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Vicente Aleixandre Vicente Verdú

Una de las cosas que más le sacaban de quicio a mi padre es que yo, al decirle que quería ser escritor, no le concretara qué clase de escritor pretendía ser. Me miraba de frente y se ponía:-¿Escritor? Pero escritor de qué. ¿De novelas? ¿De filosofía? ¿De teatro? ¿De poesía? Un escritor tiene que saber qué quiere escribir, tener un género definido.

Como consecuencia, primero quise ser Ortega y Gasset, que a mi padre le parecía muy respetable. Pero después, viendo lo que se divertían todos con las obras de Alfonso Paso, quise ser dramaturgo. Compré algunas obras de Paso en Escelicer y me propuse analizar la estructura para copiar su facilidad de composición, pero luego, cuando me sentaba a escribir, no lograba emparejar una historia divertida ni verosímil. Durante mucho tiempo, Alfonso Paso fue para mí el admirable seductor de todos los públicos que en absoluto me habría importado ser. Más tarde, sin embargo, caí en el pensamiento vanguardista y de izquierdas, y empecé a escribir numerosos poemas que no entendían los demás. Yo daba por sentado que mi poesía no era fácil, pero cuanto más abstrusa la creaba, más me sentía en el camino de la autenticidad.

En esa tesitura me encontraba cuando, mezclado con otras lecturas, me centré en Vicente Aleixandre y decidí definitivamente ser un poeta. Económicamente, no era muy prometedora la especialidad, pero mi padre obtuvo la respuesta que tanto buscaba y la consideró un paso en el camino de mi afirmación personal, así como un avance respecto al magma de ideas sueltas en que manoteaba. Sabiendo que yo quería ser poeta, conocía, al menos, a qué atenerse y cómo actuar, además, para proporcionarme ayuda.

Fue así como cooperó a que yo conociera a Vicente Aleixandre a partir de una Feria del Libro en el paseo de Recoletos de Madrid. Había ido con mi madre a la capital para pasar unos días y ver alguna obra de Paso, pero fuimos juntos a la Feria y en una caseta se encontraba Vicente Aleixandre, vestido con un traje gris y una corbata azulada, muy erguido firmando ejemplares como si fuera un registrador de la propiedad. Yo tendría entonces 18 años y todavía me quedaba la inhibición que me había inculcado el colegio interno, mientras que mi padre, abogado y persona muy simpática, no encontraba obstáculo alguno para abordar cualquier clase de situación. Fue él, por tanto, quien me arrebató el libro que acababa de adquirir y se fue directo a solicitarle una dedicatoria a Aleixandre. Él escribió: "Para el joven poeta Vicente Verdú, con mi afecto", y yo, desde ese instante, me puse bajo su advocación.

En lo sucesivo, Vicente Aleixandre fue para mí un santo, un paradigma, una guía suprema, y leí sus libros hasta la extenuación. Pero me quedaba un asunto por resolver, y era la timidez que me había impedido conocerle personalmente. Decidí, por tanto, resolver esa cuestión y concertar una cita con el gran poeta, quien, según se decía, no regateaba el favor de acoger a los escritores en ciernes. Le telefoneé, aceptó recibirme en su chalé de Velintonia y una tarde, a las seis, me encontré en un saloncito con cristaleras al jardín. Él, sentado en un sofá color malva, con el codo apoyado en un reposabrazos de puntillas, y yo, mal acomodado en una butaca demasiado alta. Me pidió entonces, desde su apacible figura, que le recitara algunos de mis versos, y yo tomé en las manos un cuaderno verde y leí un poema de 54 líneas. Finalicé y esperé temblando a saber qué le había parecido. Entornó entonces los ojos como si se hubiera adormecido y dijo:

-Usted es un poeta.

Eso fue todo lo que dijo.

Durante años me he preguntado si lo que quiso señalar fue que era, de verdad, lo que se dice un poeta. O se refería a lo obvio: que empleaba el tiempo haciendo versos. Esa duda, que coincidía con las mías, me ha perseguido hasta hoy.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_