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Tribuna:Área libreFotos de la memoria
Tribuna
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Don Santiago Vicente Verdú

La casa donde viví en mi adolescencia, el casino donde acudía a bailar los fines de año, el cine donde me enamoré de Tere, el chalé desde donde escribo, son obras del mismo arquitecto, Santiago Pérez Aracil, uno de los mejores de Alicante en la segunda mitad del siglo XX. A través del ejemplo de don Santiago, yo esperaba ser algún día arquitecto, y no sólo un buen arquitecto, sino también un profesional dotado con algunos de los atributos que yo contemplaba en él. En primer lugar, don Santiago hacía su trabajo con una absoluta despreocupación por el esfuerzo, tal como parece, en su estilo, que hacen los toreros cuando les sale una buena faena. Por lo pronto, poseía una facilidad para el dibujo tan manifiesta que siempre prefería sacarse el lápiz del bolsillo superior de la camisa y dibujar aquello que otros hablarían. Por eso daba la sensación de que pensaba con la mente extendida en la longitud del lápiz y lo que trazaba eran sus ideas en el instante mismo en que iban apareciendo a su luz. Respondía, por ejemplo, a las preguntas del cliente pergeñando bocetos; atendía las solicitudes del promotor plasmando su punto de vista con la punta de la mina; persuadía a cualquier constructor con sus garabatos, sus rayas, sus perspectivas tan elegantes y precisas.Mi padre decía que no había arquitecto que mejor dibujara en toda España y también que era el más inteligente de todos sus amigos, muy capaz de suplir sus voluntarios intervalos de holganza. Esas dos famas, la destreza y la competencia, más su haraganería de gran señor, subrayadas por mi padre, habrían sido suficientes para observarle con mucha admiración, pero, además, éste poseía otras características que aumentaban su carisma. Ante nosotros, los chicos, exhibía, más allá de los años que iba cumpliendo, un porte deportivo y una fortaleza física que le permitían practicar buceo y pesca submarina en Calpe, e incluso jugar al tenis en pistas privadas de Alcoy, desde donde provenía.

Para los de Elche, Alcoy ha constituido la ciudad rival de la provincia y el modelo de más clase: mientras ellos eran el pueblo rico de tradición, burgués y socialista, compuesto de casas modernistas y bibliotecas particulares, los ilicitanos éramos, desde los años sesenta, una prosperidad de aluvión, hecha de inmigraciones y bloques suburbanos. En Elche se fabricaban alpargatas y zapatos con fines rudamente pragmáticos, pero los de Alcoy eran conocidos por el papel de fumar o las aceitunas rellenas que correspondían a las horas más finas del ocio y el aperitivo. Por último, mientras los ciudadanos de Elche han tenido para sus veraneos rutinarios la villa de Santa Pola, siempre con una mermada vocación moderna, los puntos de Calpe, Jávea o Altea para los alcoyanos fueron lugares selectos de recreo y moda.

Don Santiago y su familia contaban, pues, con una reconocida ventaja sobre nosotros, y, por si faltaba poco, doña Pepita era la señora mejor vestida, más distinguida y de mayor personalidad entre las de su clase. En cuanto a los hijos, no importaba que se tratara de varones o chicas, mayor o menor: en la sociedad ilicitana cualquier casa habría deseado emparentarse con los Pérez Segura. Yo tengo un primo que estuvo casi a punto de arreglarse con la hija mayor, y, al desbaratarse la relación por razones imprevistas, nos sentimos obligados a comentar aquel fracaso durante años.

No nos emparentamos nosotros con los Pérez Segura, pero nunca hemos perdido la vecina admiración por la figura de don Santiago, al que tuvimos como una de las compañías más estimulantes para mi padre, en el arte, en los libros, en los debates políticos o en las dudas religiosas. Yo no he sido, finalmente, un profesional de la arquitectura, como quise; no he podido tampoco aguantar las angustias de la pesca submarina, he jugado mal al tenis y no tuve nunca la opción de alcanzar los mejores objetivos sin denuedo. De ahí, quizá, que todavía, desde este chalé con su sello, resulte más memorable la fácil elegancia del arquitecto.

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