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Comienza la miniserie

La miniserie de las elecciones presidenciales se animó el pasado lunes por la mañana. El candidato demócrata Albert Gore protagonizó una dramática maniobra para eludir a los republicanos, cuya principal arma parecen ser los bajos niveles de moralidad personal de Bill Clinton durante sus años como presidente (en referencia a la aventura de Clinton con Monica Lewinsky; difícilmente se pueden quejar de la economía. El candidato demócrata marcó un claro hito histórico al elegir a un judío, el senador Joseph Lieberman, de Conneticut, como candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos.A pesar de sus buenas credenciales, nadie tenía en mente a Lieberman como posible candidato: tanto judíos como cristianos han dado siempre por sentado que la imposibilidad de que un judío sea candidato a la vicepresidencia, un cargo situado a sólo un paso de la presidencia de Estados Unidos. Por tanto, esta es una histórica primera vez.

Inicialmente, los analistas políticos se han mostrado extasiados y la popularidad de Gore ha vuelto a subir. Los periodistas tienen un nuevo tema de debate: ¿está Estados Unidos preparado para tener un presidente judío? (Irónicamente, y la democracia en Estados Unidos está llena de ironías, Francia, un país que los estadounidenses consideran más lleno de prejuicios, más antisemita que Estados Unidos, estaba preparada hace mucho tiempo: dos de sus primeros ministros Leon Blum y Pierre Mendès-France eran judíos).

La elección de Lieberman por Gore tiene poco que ver con el voto judío: los judíos representan el 2% de la población, la mayoría vota por el partido demócrata en cualquier caso, y los que votan a los republicanos, son republicanos convencidos. Ambos partidos tienen una larga historia de senadores y gobernadores judíos. Henry Kissinger fue secretario de Estado de Nixon, pero Kissinger era una figura política, un estadista republicano, que además era judío seglar: ser judío no formaba parte de sus credenciales políticas.

En cuanto se pase el deslumbramiento causado por lo inesperado, es inevitable que la elección de Lieberman va a provocar incluso cierto resentimiento entre muchos votantes judíos corrientes, precisamente porque el senador ha sido presentado al público como un representante de los judíos.

Gore está convirtiendo la fe de Lieberman en una parte esencial de su estrategia de campaña: Lieberman ha sido descrito como un hombre de profundos valores espirituales y religiosos, que casi por casualidad ha resultado ser una figura política. En política no hay casualidad; los tipos espirituales no se abren camino a tientas hasta llegar al gobierno de Estados Unidos.

Como judía, permítanme abordar la "respuesta judía". El famoso chiste que los judíos cuentan de sí mismos es que dos judíos atrapados en una isla desierta necesitan tres sinagogas, una a la que podrían considerar ir, otra en la que nunca pondrían el pie y otra a la que asistir. Los judíos nunca hemos estado representados por un único líder, no es nuestra tradición, (sólo nos une nuestra fe interna en Dios), y ciertamente no por un líder político/religioso. Si el demócrata Jesse Jackson fuese elegido presidente sería significativo para los negros, porque muchos de ellos lo han elegido a la vez como líder político y como líder espiritual. Este no es el caso de Lieberman, que hasta ahora ha sido senador de Connecticut, un estado pequeño y muy rico, con una amplia población anglosajona blanca y protestante y una cifra de judíos bastante reducida. Si Lieberman era nuestro líder, ninguno de nosotros estábamos enterados. La abrumadora mayoría de judíos estadounidenses pertenecen a la Reforma o a alguna otra cultura judía. Además, hay pequeños grupos de ultra ortodoxos. Los ortodoxos modernos, el grupo al que Lieberman pertenece, no se parecen a las sectas ultra ortodoxas; por otra parte, es también enormemente diferente del judaísmo común estadounidense.

La elección de Lieberman es más importante para otros grupos minoritarios, como los negros, los hispanos, etcétera. Por el momento, aplauden la elección porque representa "una ruptura con las barreras que se interponían en el camino de todos los grupos étnicos".

Aunque los republicanos han aceptado de boquilla la "política de la inclusión", y ambos partidos tienen figuras políticas que representan a todas la minorías (mujeres, negros, homosexuales, hispanos, orientales), está claro que los demócratas representan mejor los intereses de esas minorías.

Los republicanos están dando continuos traspiés porque intentan comportarse como si fueran demócratas: murmuran cosas sobre la política de la compasión, y aunque hacen desfilar a su "hombre negro" -el general Colin Powell- no obtendrán el voto de los negros porque su política económica no les favorece. Y los demócratas se están comportando como republicanos. Mezclar la política con la religión es algo propio de la zona protestante conservadora del país.

Por una parte, la histórica decisión política que Gore ha tomado de incluir a Lieberman en la papeleta es el último paso adelante en la revolución multicultural que en los últimos cuarenta años ha transformado Estados Unidos, que ha dejado de ser un país angloparlante dominado por los blancos protestantes, para convertirse en un país multiétnico, multirreligioso y multilingüe. Pero a pesar de la histórica elección de John F. Kennedy en 1960, con la que se rompió el tabú que impedía la elección de un presidente católico, la religión continuó manteniéndose apartada de la campaña electoral.

Al hacer de la fe ortodoxa de Joseph Lieberman un importante símbolo de la campaña electoral, lo que Albert Gore olvida es que aunque es evidente que todo Estados Unidos no se va a hacer judío de repente, está abriendo la puerta a una peligrosa confusión entre Iglesia y Estado. El candidato demócrata está empleando el mismo lenguaje que los conservadores republicanos.

Barbara Probst Solomon es escritora estadounidense.

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