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PATRIMONIO - EL MONASTERIO AMPLÍA LA EXHIBICIÓN AL PÚBLICO DE SUS TESOROS

Las Descalzas recobra una tradición de siglos y expone 'La dormición de la Virgen'

El monasterio de las Descalzas Reales, un edificio renacentista en ladrillo y mampostería enclavado a un minuto de la madrileña plaza del Callao, acaba de recobrar estos días una tradición de siglos interrumpida hace 40 años. Así, expone al público por primera vez desde entonces y hasta el próximo día 20, La Dormición de la Virgen. Se trata de un grupo escultórico devocional católico que data del siglo XVI y que fue ricamente ornamentado durante los dos siglos posteriores. Representa la advocación previa a la Asunción de María al cielo. Según los expertos, posee un valor artístico excepcional. Y ello, por la insólita expresividad de sus figuras, con una casi jocosa impronta de inspiración levantina e italiana, que sortea con el sueño y no con la muerte el fin de la vida terrena de María, así como por su enjoyamiento con esmeraldas, perlas y rubíes. Pero, sobre todo, por la calidad de los textiles que exhibe, que datan del siglo XVIII.El conjunto se muestra en la denominada Capilla de la Dormición, un recinto que permanecía cerrado al público desde la década de 1960. Su techo fue decorado con una suerte de rompimiento en gloria de la Asunción de María, obra del pintor de la Corte de Carlos II Lucas Jordán, a finales del siglo XVII. La capilla se encuentra en la segunda planta del monasterio de religiosas clarisas franciscanas. Éste fue fundado en 1560 por Juana de Austria, hermana de Felipe II. Profesaron en él damas de la realeza, cuya dote solía ser el arte suntuario que el recinto atesora.

Hoy alberga a 23 religiosas que viven en clausura, mitigada durante algunas horas del día. Estas horas son aprovechadas para mostrar parte del monasterio al público entre semana, a las 10.30 y las 12.45, y a las 16.00 y las 17.45. La Capilla de la Dormición puede visitarse hasta el 20 de agosto. Posee 12 hornacinas que albergan otras tantas tallas polícromas, barrocas y rococós, con representaciones del colegio apostólico, más otra de san Pablo; miran hacia el centro de la estancia donde grupos de ángeles alados, de mediana estatura y elegantemente ataviados, así como varios amorcillos con instrumentos musicales, flanquean una suntuosa cama con un cabecero rematado con la efigie de Dios Padre y de un sol radiante como motivos centrales. Sobre la cama yace plácidamente una imagen vestidera de la Virgen María. Así lo explica Ana María García Sanz, conservadora de Patrimonio Nacional, que supervisa los aproximadamente 10.000 objetos artísticos, de ellos 1.400 textiles suntuarios, que el monasterio posee.

Subrayada la faz por un rostrillo de rubíes, la imagen ahora visitable muestra los pómulos muy sonrosados, con los párpados suavemente cerrados y la expresión de placidez que procura el sueño. Luce un atuendo de color marfil, similar a una casulla, silueteado por encaje de oro filigranado, sobre el que destellan bordados de pájaros de plumajes vivamente cromáticos y motivos de las letanías marianas. La Virgen María presenta un calzado a juego, también bordado y abierto a modo de curiosas pantuflas, que pertenece a su amplio ajuar de hasta 10 ricos atavíos diferentes, en colores rosas, azules y blancos. Todo ello coloreado con una sinfonía de tonalidades por su viveza raramente visibles en la imaginería religiosa española. El conjunto se apoya sobre un paño de color marfil con brocados polícromos, que fue restaurado el pasado año.

Las clarisas adquirieron de Italia, desde su convento levantino de Gandia, estos textiles del siglo XVIII que desde entonces conservan y restauran. En los años sesenta, la tradición centenaria madrileña de venerar la imagen durmiente quedó rota, ya que la Capilla de la Dormición resultaba prácticamente cegada por la contigüidad de los dormitorios, -jergones-, en los que se recogían las monjas.

Hoy, una vez construidos nuevos dormitorios con baño en una planta superior, la sala que entonces ocuparon las religiosas, de grandes dimensiones, alberga 10 espléndidos tapices flamencos de Jan van Raes, sobre cartones de Rubens. Los tapices enaltecen el acceso a la capilla, íntima y suntuosa a un tiempo.

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