Cazadores de conejos PAU VIDAL
Lo prometido es deuda. Aquí me tienen, vestido de conejito. Llevo pantalón corto beis con bolsillos laterales, camiseta ajustada corta de mangas y de cintura, sandalias de tira ancha y gafas de sol (Gucci, por supuesto: soy un conejo a la milanesa). Y cara de "vaya, esto está lleno de conejitos".Me he disfrazado, pues, de conejillo (de Indias), porque se trataba de comprobar cómo nos aprovechamos los aborígenes del fenómeno conocido como cunicultura estival. ¿Se acuerdan?: "En mi ciudad, en agosto, las calles se llenan... bla, bla, bla...". O cómo se aprovechan ellos de nosotros. Interrelacionarse, lo llaman. Aunque casi siempre la interrelación del turista con el autóctono se reduce a pagar el hotel, el restaurante, la gasolinera, el autobús y el chiringuito de las hamacas de la playa. De lo que se deduce que recepcionistas, camareros, gasolineros, autobuseros y hamaqueros de playa son las fuerzas de choque de la promoción turística del país.
Al principio de la plaga, cuando nuestros papás, como nunca habíamos visto un conejo lo cazábamos a lo bruto. La cosa consistía en acercarse a él, decirle cualquier cosa (total, tampoco lo iba a entender) e invitarle a sangría. Cuando había tomado un poco de confianza, o de sangría, que viene a ser lo mismo, ¡pum!, escopetazo que te crió. Naturalmente, el mejor cazador era aquel que despellejaba mayor número de conejos. Hoy, pasados 40 años, ya no somos tan brutos: hemos aprendido que al animal no hay que meterlo de golpe en la parrilla, sino cuidarlo y mantenerlo lustroso para que nos dé lo mejor de sí mismo (véase método Villalonga). Y lo mejor de sí mismo, sobre todo ahora que la mayoría ya vienen con el novio o la novia puestos (bueno, la subespecie saxonius sigue como antes, pero me han dicho que su carne sabe insulsa), se encuentra en el bolso y en el bolsillo respectivamente. Así que la cosa es sencilla: se trata de ofrecer al bicho todo lo que necesita (y lo que no, también) para obligarle a meter la mano en ese lugar tan suculento.
Pero ya se sabe que la abundancia genera deseo. La proliferación de ejemplares ha terminado por atraer al lugar a cazadores de otras reservas menos afortunadas. Y menos sofisticadas, cabe decirlo. La nueva cinegética norteafricana ha recuperado en parte el espíritu depredador de aquellos pioneros de los sesenta, libres de mandangas ecologistas que tratan de introducir conceptos tan ajenos a la actividad como respeto o sostenibilidad. El cazador venido del Sur es eficaz, impetuoso e incansable, y de ahí que su estilo sea tan depurado como impúdico. Nada de esperar a la presa: hay que ir a por ella, se encuentre donde se encuentre. ¿Y dónde se encuentra? Pues, en agosto, en cualquier rincón del parque temático. En los corrillos que contemplan estatuas vivientes, exponiendo sus bolsillos al sol; en las escaleras del metro (¡qué perfección de movimientos coordinados entre compinches!) o en el vagón mismo (¡qué paraíso de cuerpos apretujados saliendo entre ideales empujones!); en los coches, consultando la guía mientras ella, apeándose a preguntar, deja vía libre al famoso ardid de la rueda que pierde; en los bancos de las plazas, cándidamente contemplativos con la mochilita al lado, o en el césped del parque, aún más ingenuamente dormitando. ¿Y qué decir de las callejuelas estrechas, ésas donde sólo nos aventuramos los más atrevidos (porque en ellas se encuentran los locales más in, sabedores de que los conejos itálicos pagamos lo que sea por descubrir ese recóndito restaurante donde seguro seguro que no van turistas)? ¡Qué envidia esa sangre fría, ese caminar pegado a ti hurgándote en la bolsa sin que te enteres, esa desfachatez para preguntarte por Colón al pie mismo del monumento, esa mirada torva como diciendo: "No te atrevas a perseguirme, que te acuchillo aquí mismo"!
Para los que quieran probar, sólo un consejo: elijan un papel u otro, pero, sobre todo, no el de mirón. Y todavía menos el de mirón en auxilio de la víctima. Interponerse en el recorrido de un perdigonazo puede salir muy caro. Y ni siquiera lo que pagan por una crónica lo compensa.
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