Las plantas más humildes
Los setos y la vegetación de márgenes son los ecosistemas olvidados del medio rural
Erosión eólica
Aunque fuertemente humanizado, el paisaje agrario estaba salpicado, hasta hace muy pocos años, por pequeñas islas de naturaleza. En las franjas de terreno no cultivado crecían setos silvestres, que delimitaban las diferentes explotaciones y las protegían de vientos y heladas. En algunos campos de labor se respetaba la existencia de diminutos bosquetes, pequeños grupos de árboles y arbustos en los que encontraban refugio algunas especies animales. Las riberas de cauces y acequias se conservaban como auténticos pasillos verdes, corredores en los que el clima se moderaba y las crecidas encontraban una regulación natural. Pocos caminos, senderos o vías pecuarias carecían de vegetación y sombra en sus márgenes. Y todos estos elementos resultaban imprescindibles.La mecanización del campo y la explotación intensiva de sus recursos han ido, poco a poco, arrasando este patrimonio, en cuya defensa pocas voces se han alzado. Manuel Cala, especialista en temas agroambientales de Ecologistas en Acción, los llama "los ecosistemas olvidados del mundo rural" y está convencido de que la mayoría de los ciudadanos "desconocen los indispensables beneficios ambientales que reportan".
En terrenos pobres y poco profundos, las raíces de una pequeña masa de vegetación silvestre ayudan a que el subsuelo mantenga una cierta porosidad, permitiendo que el agua penetre mejor y permanezca más tiempo. Asimismo, fijan la tierra en zonas sometidas a elevados índices de erosión, sobre todo en cultivos situados en pendiente o en áreas donde las precipitaciones suelen tener carácter torrencial, ambas circunstancias muy frecuentes en numerosas comarcas agrícolas de Andalucía.
"Si hablamos de las riberas de los cauces", advierte Cala, "este tipo de formaciones vegetales son la mejor defensa frente a crecidas e inundaciones". Tanto las hojas y ramas de los árboles como el mantillo que cubre el suelo retienen las primeras precipitaciones y ayudan a que la tierra las absorba sin dificultad. Cuando el volumen de agua ya no puede ser retenido, "se desliza sobre el terreno a una velocidad hasta cuatro veces inferior a la que tendría en caso de estar desnudo".
En zonas agrícolas, la conservación de los setos, o la plantación intencionada de los mismos, suele tener un efecto beneficioso sobre el balance global de lluvia, algo muy valioso en territorios donde ésta escasea. Las experiencias llevadas a cabo en Estados Unidos hablan de un aumento de hasta el 15 % en el volumen de las precipitaciones, y en Europa Central se han conseguido incrementos del 5 %. Pero no es ésta la única forma de capturar agua mediante este recurso natural. Los setos mantienen el aire fresco y húmedo en su interior, lo cual origina una mayor cantidad de rocío nocturno, pequeñas lágrimas que, sin embargo, son vitales para mantener la fertilidad del suelo. "Esta vegetación", añade Cala, "bombea agua desde las capas más profundas y la pone a disposición de los cultivos y los pastos".
Al actuar de cortavientos, estos pasillos vegetales reducen la erosión eólica, facilitan la polinización, ayudan a que el riego por aspersión no se disperse, frenan el aporte de salitre en zonas costeras y limitan los efectos del granizo o la nieve sobre cultivos y animales. La Sociedad Española de Ornitología recopiló los ensayos que se han llevado a cabo en diferentes zonas agrícolas europeas, en las que se estudió el efecto de estos elementos silvestres sobre la producción. Así, en Francia, las plantaciones de trigo en secano aumentaron su rendimiento en un 15% cuando disponían de setos cortavientos, y el maíz alcanzó un porcentaje similar. En Andalucía, la existencia de estas pequeñas manchas de vegetación tiene, a juicio de Cala, "un valor añadido, produce bienes directos", ya que en ellas abundan especies que tienen algún tipo de aprovechamiento, como espárragos, collejas, vinagreras o cardillos, además de frutos silvestres, plantas medicinales y aromáticas, o setas.
La virulencia de algunas plagas, y el consiguiente incremento en el uso de productos químicos para combatirlas, también está relacionada, de alguna manera, con la paulatina desaparición de estos ecosistemas, en los que habitan todo tipo de predadores. "Las lechuzas y otras rapaces nocturnas", explica Cala, "se alimentan con gran cantidad de ratones y topillos, a veces difíciles de erradicar de los cultivos, pero necesitan de estos refugios naturales para seguir actuando como plaguicidas biológicos".
Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es
Naturaleza urbana
Al margen de cumplir unas determinadas funciones estéticas, las zonas verdes urbanas, incluso cuando crecen en superficies muy reducidas, ayudan a mejorar la calidad ambiental de este tipo de escenarios.La isla de la Cartuja, en Sevilla, sirvió en este sentido, y durante la Exposición Universal de 1992, de auténtico laboratorio en el que la vegetación y el agua, sabiamente distribuidas, ayudaron a suavizar el clima y crear espacios adecuados para el ocio y el descanso. La naturaleza, en este caso, fue más sabia que algunos de los edificios que alguien bautizó como inteligentes, y cuyo confort, muy discutido, se obtiene gracias a un ingente consumo de energía.
Mientras que las superficies de edificaciones, pavimentos y otras construcciones sin arbolado pueden irradiar hasta el 90 % de la energía calorífica que reciben, las mismas superficies con un denso arbolado aprovechan estas radiaciones para sus procesos vitales y proporcionan, además, sombra y rincones en donde se frena la intensidad de los vientos. En definitiva, reducen las temperaturas medias y amortiguan las oscilaciones térmicas.
Las hojas de los árboles capturan las partículas en suspensión, uno de los agentes que más contribuyen a la contaminación atmosférica en las ciudades andaluzas, precisamente, y entre otros motivos, por la deforestación sufrida en las áreas periurbanas donde los cultivos, expuestos al viento, liberan una gran cantidad de polvo.
Un solo árbol, de gran porte, puede recoger en un año hasta 200 kilos de partículas contaminantes, que quedan fijadas y posteriormente lavadas con el agua de lluvia.
En una ciudad, el equivalente a un seto silvestre sería una calle arbolada, y en ella el nivel de contaminación acústica puede llegar a ser cinco veces inferior al de una travesía que carezca de vegetación.
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