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Tribuna:35º CONGRESO DEL PSOE
Tribuna
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El hombre nuevo

Antonio Elorza

Fue según Salustio el timbre de honor de Mario, en la Roma republicana, cuando en principio constituía un signo de inferioridad. A diferencia de sus adversarios patricios, Mario se enorgullecía de ser un homo novus, un hombre nuevo, y lo expresaba diciendo que él no tenía retratos, aludiendo a los bustos de los antepasados que de acuerdo con el jus imaginum, el derecho privativo a la imagen, sólo los patricios podían exhibir en el atrio de sus moradas.Tal vez éste haya sido el rasgo más destacado, y también uno de los factores de la victoria alcanzada por José Luis Rodríguez Zapatero en el 35º Congreso del PSOE. A pesar de contar con más de 20 años de militancia socialista, y con una ya larga presencia en órganos de dirección y en la representación parlamentaria del partido, Rodríguez Zapatero aparecía como alguien perfectamente desligado de quienes llevaron al PSOE a su crisis actual. En cambio, sus tres contrincantes pertenecían de pleno derecho a ese pasado, por una u otra razón podían ser vistos como responsables, cómplices o fiscales de una situación que la mayoría de los socialistas, entre ellos los delegados del congreso, deseaba dejar atrás. Los retratos que en otras ocasiones avalan a un candidato, ahora servían de carga. Matilde Fernández llevaba a las espaldas el cadáver político de Alfonso Guerra, Bono su condición de barón regional en la era González, Rosa Díez era una perdedora de primarias. Los tres estaban entonces obligados al penoso deber de situarse respecto de ese pasado que tanto gravitó sobre la conciencia del partido. Por su propia biografía política, Rodríguez Zapatero era "el hombre nuevo", personificaba a diferencia de los demás candidatos la posibilidad de un borrón y cuenta nueva, de un segundo Suresnes como acaba de apuntar Chaves, que hiciese salir al PSOE del marasmo actual.

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Supo jugar magistralmente esta baza en una perfecta operación de marketing político, con la complicidad, todo hay que decirlo, de sus tres rivales, que cada vez que abrían la boca ponían de relieve sus limitaciones para aspirar al cargo. Rosa Díez, porque giraba en el vacío sobre sí misma; Matilde Fernández, porque, nadando como ella contracorriente, había que precisar más qué era ser socialdemócrata, y Bono, porque decir que iba a vencer al PP ya que le había vencido cinco veces en Castilla-La Mancha era poca cosa. En la vertiente opuesta, el mensaje de Rodríguez Zapatero parecía diseñado por un equipo de tecnócratas que ofrece un producto al mercado intentando maximizar las reacciones favorables y llevar hasta casi cero los rechazos. El artículo publicado el miércoles en este diario, El sentido del cambio, fue un ejemplo inmejorable de ello: ofrecía un conjunto de generalizaciones que podían ser sacadas de un manual de sociología política sobre el óptimo técnico del funcionamiento de un partido en una democracia y el contenido se reducía a una declaración de intenciones cuya orientación todo el mundo puede compartir. Claro que es estupendo "seguir avanzando en un proyecto federal para España" (¿), basado en la "solidaridad interregional" y con la meta de un "Estado plural". Que eso sea realista no hace al caso, pero había que ganar el voto catalán. Lo mismo cabe decir del genial guiño hacia las luces que emanaban de Felipe González, atendiendo al culto de tantos socialistas hacia su líder carismático, sin comprometerse con éste. Y del regate final a los guerristas, al obtener sus votos, que necesitaba para vencer y evitando la soga al cuello de Rodríguez Ibarra como vicesecretario. Resultó evidente de todos sus pasos que Rodríguez Zapatero es un hombre inteligente y hábil, con un conocimiento claro de las reglas para el acceso al poder en una circunstancia adversa.

Otra cosa es saber si el cambio tranquilo se quedará en el estupendo relevo generacional materializado en la nueva ejecutiva, con una deriva tecnocrática que mantenga la estrategia de marketing usada para obtener la secretaría general, esto es, si estamos ante una renovación conservadora o si la modernización va a situarse dentro de la izquierda. Solchaga es un indicio y nueva vía suena a Blair. Pero por lo menos hoy nos cabe la duda.

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