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El regate más difícil

Los 35 jugadores y empleados del Cádiz SAD se encierran en el Carranza para reclamar el pago de sus nóminas

Pepe Mejías, de 40 años, se las ha visto y deseado muchas veces para sacar adelante partidos en el estadio Ramón de Carranza; ha tenido que soportar marcajes especiales a la tibia y sudaba, como toda la plantilla, cuando Manuel Irigoyen visitaba los despachos para lograr administrativamente lo que el equipo no lograba en el campo. Lo que nunca había hecho el ex centrocampista del Cádiz y del Zaragoza era encerrarse en un vestuario más tiempo del que se necesita para conocer la alineación y ducharse. "Así son las cosas", decía ayer resignado. Mejías, que comenzó a jugar en el equipo infantil del Cádiz con 10 años, es hoy el responsable de las instalaciones de El Rosal, lugar de entrenamiento del Cádiz. Como el resto de la plantilla y de empleados del club, hasta un total de 35 personas, secunda un encierro indefinido en el Carranza. El llamado "submarino amarillo" tiene cada vez más cerradas las escotillas y no termina de ver la superficie. La desastrosa gestión de ADA -una firma de Madrid vinculada al grupo Zeta cuyos directivos prometieron que llegaban al Cádiz por una especie de amor de verano a los colores cadistas- deja al equipo con una deuda de 550 millones de pesetas con la Seguridad Social (que ha embargado al club), 140 millones de déficit de la temporada, la necesidad de encontrar otros 300 para afrontar la siguiente Liga y el débito de las nóminas de los tres últimos meses.

Los propietarios de la mayoría de las acciones (el resto está en manos de empresarios locales) se han desentendido del futuro del club y sólo proponen dos soluciones vagas para que los empleados cobren lo que se les debe: iniciar la campaña de abonados (unos 5.000 la temporada pasada) o abrir una suscripción popular.

Estas opciones son poco convincentes para la plantilla. "De no ver unas soluciones ciertas, nos vemos abocados a la desaparición del club porque lo que nos dan a entender es que queda poco por hacer", explicó Mejías. Anoche, el industrial gaditano Antonio Muñoz, unos de los accionistas mayoritarios dentro de la minoría, negociaba con los dueños un posible traspaso de la entidad.

A Mejías, esta situación le duele "como cadista" y como trabajador del club, igual que a Cortijo y Barla, o a Férez y Ángel Oliva, ayer jugadores y hoy empleados. Junto a ellos Paco Baena, un histórico, que hoy se encarga del Carranza. "Aquí estamos todos los que seguimos teniendo vinculación con el equipo, que lo que queremos es que Cádiz recupere la identidad con el club, pues no hablamos sólo de futuro para el Cádiz sino de beneficio para la ciudad", razonó el ex capitán cadista.

Pasan el tiempo entre manitas de cartas y de dominó, un bocadillo, unos refrescos, los cafés que regala el Bar Gol y las llamadas de solidaridad. A mediodía de ayer recibían la visita inesperada del presidente del club, Rafael Mateos, un hombre nombrado por ADA, pero al que su propia empresa parece haber dejado en la estacada: "Es difícil estar a 650 kilómetros y tener sensibilidad con estos problemas. Soy bastante negativo en cuanto a que perciban la realidad de lo que es esto. Deseo que cuando antes se desentiendan del tema y dejen vía libre a cualquier empresario interesado", admitió.

Los más veteranos del Cádiz añoran la figura emblemática y respetada del gran patrón, de Irigoyen, que igual marcaba goles en los despachos que convencía a los bancos para que aceptaran pagarés de dudoso cobro.

Ahora son otros tiempos, aunque no falta la moral.

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