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La amenaza ecológica

Los trabajadores despedidos de una empresa francesa vierten ácido sulfúrico en un arroyo como protesta

La historia de las reivindicaciones obreras incluye destrucción de máquinas que suprimen empleos, secuestro de propietarios poco generosos, largas huelgas de hambre o laborales, encierros en la fábrica, huelgas de superproducción a la japonesa, quema de los productos rivales de menor precio, barricadas impidiendo la circulación de las mercancías e, incluso, amenazas contra quienes aceptan trabajar por un salario menor del acordado por la mayoría. Pero nunca, hasta el pasado lunes, esa lucha obrera había utilizado la contaminación como arma. Y ésa es la opción tomada por los 153 empleados de Cellatex, una empresa textil francesa situada en la region de las Ardenas, en Givet, a pocos metros de la frontera belga, que han vertido 5.000 litros de ácido sulfúrico en el arroyo que cruza por debajo de las instalaciones industriales antes de desembocar en el río Meuse.Los desesperados obreros textiles, que han visto cómo su fábrica cambiaba de manos varias veces durante los últimos 10 años sin que ellos supieran nunca de aumento salarial, se apoderaron del edificio el pasado 5 de julio, después de que los poderes públicos declarasen la sociedad Cellatex en liquidación judicial. Nadie quería quedarse con Cellatex, con sus tejidos, sus máquinas, su almacén y, menos aún, con sus trabajadores. Declararse en paro no servía de nada, producir locamente tampoco, iniciar una huelga de hambre tras 10 años de miseria parecía una broma de mal gusto.

En Givet, el paro afecta al 22% de la población y allí no ha llegado la recuperación económica, allí el paro no ha descendido de casi el 13% al 9,8% actual, allí no saben de los milagros de la Nueva Economía, pues por ese territorio olvidado no circula la locomotora económica francesa, ésa que dicen ha vuelto a poner en marcha el Viejo Continente.

Los obreros querían un plan social generoso: una jubilación apropiada para los más veteranos, un plan de reciclaje profesional para los jóvenes, un sueldo durante dos años y una prima de indemnización para todos. Las autoridades, a menos que hoy cambien de punto de vista en el transcurso de una reunión que se considera la última oportunidad, no estaban dispuestas a hacer concesiones, a tratar a los futuros parados de Cellatex de manera especial.

Los 5.000 litros de ácido sulfúrico, teñido de rojo para facilitar su localización por parte de los bomberos, son sólo una pequeña parte del arsenal contaminante con el que los obreros quieren hacerse oír. "¡Es un caso claro de chantaje ante el que no hay que ceder!", ha dicho Jean-Pierre Chévènement, ministro del Interior. "Estoy convencida de que, en situaciones como ésta, la desesperación de los hombres merece nuestra atención. No hay que hacer declaraciones, sino actuar" ha afirmado en cambio la ministra de Empleo y Solidaridad, Martine Aubry.

No se trata de una discrepancia gubernamental, sino de la mera expresión de puntos de vista distintos. Aubry no parece aceptar que el voluntarismo de su acción política en favor del empleo no alcance la localidad de Givet; el responsable del orden público tampoco puede admitir que 153 personas hablen de verter más ácido en los ríos -ahora serían 50.000 los litros- o que se planteen también hacer explotar la fábrica y sus 47 toneladas de sulfuro de carbono, un estallido que destruiría todo lo que hay en 500 metros a la redonda de Cellatex y supondría una nube tóxica incontrolable.

De momento, decenas de coches de policía y de bomberos dispuestos a bombear cualquier líquido, por tóxico que sea, ocupan Givet.

"El aire de los pájaros es importante, el agua de los peces también, pero aún lo es más la vida de 153 personas. Y éstas sólo logran hacerse oír amenazando con matar peces y pájaros", ha resumido una confusa pero comprensiva militante ecologista de la región. Para los sindicatos, la única solución posible es aplicar "un buen plan social" y admitir que "a partir de 2005, con la total liberalización del sector textil, éste está condenado a desaparecer en Europa".

Cellatex es víctima, pues, de la mundialización, de la imposibilidad de competir con precios de producción muy inferiores a los que puede ofrecer el nivel de vida de Givet. Sus trabajadores han recurrido a una forma de protesta nueva, inquietante, discutible, pero sin duda digna de una repercusión mediática mundial, capaz de recordar que no todo en el mundo es virtual y que ellos -sin patrón, sin producción, sin futuro- también tienen derecho a vivir.

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