Pensar
Los seis comensales, que no se conocían mucho, comenzaron a hablar de eso que hablan todos los desconocidos sentados a una misma mesa: de las maneras del comer, del tiempo empleado para ello y de las actividades paralelas que uno puede realizar mientras deglute. Fue entonces cuando el mayor de todos, el poeta Francisco Brines, confesó que él siempre come leyendo el periódico. Ante la reacción extrañada de los concurrentes al almuerzo -"Cuando se come, se come", dijo uno; "Yo soy incapaz de leer noticias, prefiero otra cosa", dijo otro-, Brines se vio obligado a explicar el por qué de su costumbre: "Es que es muy difícil entablar un diálogo con uno mismo cuando se come solo. Si leo el periódico, no pienso. Lo hago para no pensar". Los contertulios asintieron las explicaciones con la cabeza y otro poeta, Álvaro García, se atrevió con una anécdota añadida: "Yo tengo un amigo médico que me recomendó que no eligiera como deporte el dar largos paseos. 'Haz el ejercicio que quieras, pero con el que no pienses mientras lo practicas', me dijo".Lo de pensar tiene sus peligros. Y pensar mucho puede perjudicar seriamente la salud, en vista de las pequeñas confesiones apuntadas por poetas alrededor de una mesa.
Ocurre que, como en casi todo, se puede pensar en positivo o en negativo incluso del tema más banal. Por ejemplo, según un estudio elaborado por la Cofradía del Buen Pan, Almería se sitúa entre las provincias españolas donde menos se consume el producto que los agrupa. El estudio revela que el 65% de las amas de casa almerienses suele prescindir diariamente de la mezcla ancestral de harina y levadura. Bien pensado, para quienes se ciñan al tópico de que el pan engorda, el dato puede significar un cambio en los hábitos alimenticios traducido en un rechazo al abuso de hidratos de carbono. Quienes piensen negativamente podrían aducir, sin embargo, pérdida del poder adquisitivo de las amas de casa o un boicoteo contra panaderos y pequeños comerciantes.
La comida de los poetas contó con consumidores natos de pan y con quienes ni lo probaron. La conversación, compartida también por Eloy Sánchez Rosillo y Julio Martínez Mesanza, derivó en la conveniencia de comer despacio, ya que la "señal de saciedad" tarda 20 minutos en llegar al cerebro. Pero sobre pensar despacio nadie dijo nada.
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