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Tribuna:LA RENOVACIÓN DEL PSOE
Tribuna
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El reencuentro con la sociedad

Suresnes fue el comienzo de un nuevo ciclo del socialismo español. Yo no estuve allí. Pero estuve, como la mayoría de los actuales afiliados del PSOE, en su consecuencia: la edificación de un partido socialista adaptado a las exigencias de la transición y de los años 80. El partido socialista que hemos conocido. El que nos ha servido para llegar hasta aquí.Ahora, en otro marco, en otra época, hemos de hacer colectivamente lo que hicieron los de Suresnes. Preparar el partido para una realidad social nueva, fruto en buena medida del trabajo llevado a cabo en las décadas anteriores. Han cambiado las preocupaciones y problemas y aparecido otros nuevos; las actitudes en torno a los valores sociales son distintas; se ha desarrollado un amplio sector de clases medias; se siente el peso y la influencia en la opinión pública de los sectores más dinámicos de una sociedad crecientemente urbanizada; las demandas acuciantes de la juventud mejor preparada de nuestra historia son visibles, como lo son sus nuevas frustraciones; aparecen nuevos retos y nuevas oportunidades, también algunas amenazas derivadas de las nuevas tecnologías y la globalización; hemos alcanzado el nivel de vida propio de un país desarrollado y, sin embargo, hacen eclosión sangrante formas nuevas de exclusión y desigualdad social.

Todo esto -y mucho más- es lo que requiere nuevas respuestas del socialismo y, también, un partido preparado para relacionarse con una nueva sociedad.

Los que impulsaron Suresnes contaron con el apoyo de muchos de los históricos. Pero si quisiéramos ser exactos, diríamos que algunos de los históricos, como ocurre también ahora, miraron con desconfianza a quienes irrumpían con autonomía y nueva energía en la dirección del partido. Otros, como Ramón Rubial, no dudaron en prestarles todo su apoyo y toda su experiencia. Y al hacerlo, unieron la historia con el futuro de modo ejemplar. Ya sé que Madrid no es Suresnes; que 2000 no se parece a 1974; y, por supuesto, yo no puedo ni pretendo ser otra que Rosa Diez. Pero si de algo sirve la metáfora histórica es para suscitar la necesidad de contar con la experiencia, para apelar a la generosidad de quienes han conducido el partido hasta ahora y para expresar mi convicción, que es mayoritaria en nuestra sociedad, de que hace falta mucha gente nueva que dé un paso al frente y asuma su responsabilidad en la conducción del futuro.

Yo defiendo para esta nueva etapa una actitud colectiva de ceda el paso. Porque es obvio que no nos pueden corresponder idénticos papeles en todos los momentos de la vida. Por eso tenemos que hacer viable a tiempo, mediante decisión colectiva, aquello que el propio tiempo acaba por tornar inevitable.

He expresado con claridad, por escrito, cuáles son mis ideas, las que quiero defender. Porque, efectivamente, no nos valen todas. En política es necesario tener algunas convicciones, quizás no muchas, pero firmes. Y hay que estar dispuesto a compartirlas y discutirlas con los demás. Porque ninguno tenemos toda la razón. Y lo mismo que no pretendería ponerme al frente de un proyecto en el que no pudiera creer, me cuesta trabajo entender cualquier pretensión de liderazgo sin un proyecto conocido que lo defina. Porque, en ese caso, acabamos hablando exclusivamente de poder. De puro poder; no de un proyecto político con unos fines y unos medios para lograrlo.

Sé bien que nadie en solitario, por sí mismo, puede llevar a cabo lo que ha de ser, principalmente, un esfuerzo colectivo. Yo tampoco.

La política en la era de la comunicación se convierte, también, en personalización. Una parte de ésta es inevitable. Otra parte apenas sirve para ocultar que, detrás de cada dirigente, hay una legión de personas, un partido, unos simpatizantes, especialistas en distintos campos, que, con su trabajo y sus ideas, dan sentido y hacen posible el liderazgo.

Los que nos sentimos socialistas estamos en política porque no creemos en una sociedad de seres aislados en la que cada uno busque resolver su vida sin atender a las preocupaciones de los demás. Y sabemos que eso requiere de la acción colectiva.

Militamos en el socialismo porque queremos cambiar la sociedad y hacerla más justa, más igualitaria, más libre. Y sabemos que eso exige el esfuerzo colectivo de los progresistas.

Aspiramos a un partido fuerte, rico y plural. Y sabemos que eso demanda de modo inexcusable, no un líder carismático, que no se inventa, sino un equipo de personas capaz, competente, con convicciones y con muchas ganas de abrir un nuevo ciclo en la andadura del socialismo en España.

Por todo esto es por lo que quiero integrar a los mejores, hombres y mujeres, en el equipo de dirección del partido. No deseo cuotas, ni territoriales ni de grupo. Es verdad que importa dar cuenta de nuestra realidad territorial y fortalecer el carácter representativo de la dirección. Pero, sobre todo, importa una dirección capaz y competente; un equipo plural pero unido para llevar a cabo la ingente tarea que tenemos por delante. Un equipo en el que no se pregunte a nadie de dónde viene sino, sobre todo, a dónde quiere ir.

Y, en lo que a mí respecta, sólo hay un lugar al que quiero ir, al que necesitamos ir. Hemos de trabajar para merecer y ganar de nuevo la confianza de la sociedad. Condición necesaria para iniciar, otra vez en el Gobierno, un nuevo ciclo de reformas que hagan más reales entre nosotros la libertad que es nuestra bandera, la pasión por la igualdad que nos diferencia como socialistas, la solidaridad entre los seres humanos que dota de cohesión y de sentido a la vida en sociedad.

El partido requiere cambios. Cambios dentro, para poder ganar fuera. Cambios que permitan volcar todas nuestras energías en la sociedad a la que nos debemos, sin mirarnos tanto el ombligo como venimos haciendo desde hace demasiado tiempo. Tenemos que reconocer que la gente nos mira, salvo en contados casos, como una organización demasiado ajena a sus inquietudes, sus zozobras, sus inseguridades, y entretenida en exceso en "nuestras cosas".

Es verdad que nadie más que nosotros ha sido cuidadoso con las exigencias democráticas en la vida interna del partido. Y que algunos partidos es un tema que ni se plantean. Y, sin embargo, somos conscientes de nuestras propias limitaciones. En especial, de los mecanismos en que se asienta un verdadero caciquismo partidario que impide la promoción, limita el conocimiento y el trabajo, genera pasividad, selecciona en virtud de las fidelidades y no de los méritos y la capacidad, desanima a quienes no están dispuestos a utilizar las mismas armas y, sobre todo, nos separa de la realidad social. Pues bien, todo esto es lo que es necesario cambiar. Para que el PSOE, que es una organización democrática, lo sea aún más y no deje por ello de ser una organización política eficaz. Sólo así podremos aspirar a hacer realidad en la sociedad aquello que inspira nuestros propios comportamientos: más democracia, más participación, más compromiso de cada persona, de cada individuo, con el destino colectivo de todos.

Por estas y algunas otras razones aspiro a ser la Secretaria General del PSOE. Porque sé que defiendo un proyecto mayoritario y porque sé que cuento con el afecto y el apoyo de la militancia. Y porque sé también que represento el cambio que quieren los ciudadanos, el reencuentro del PSOE con la sociedad. Por estas y algunas otras razones solicito el voto de los delegados.

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