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FÚTBOL. Elecciones a la presidencia del Barcelona: LLUÍS BASSAT - CANDIDATO A LA PRESIDENCIA DEL BARCELONA

La ilusión

SERGI PÀMIESLa primera sensación que produce Lluís Bassat es la de un hombre muy preocupado por causar buena impresión y al que le fastidia no conseguirlo. Su sonrisa es una mezcla de treta para suavizar la firmeza de su voluntad y de manifestación de la ilusión que le hace ser, en este caso, presidente del Barça. Junto con la mirada, la voz es el elemento más cordial de este barcelonés de 58 años que, como buen candidato, presume de haberse hecho a sí mismo. Conoce tanto los atajos de la comunicación que, a veces, se duerme en sus muchos laureles conseguidos como publicista y pone el piloto automático para expresarse cual vendedor que se fía más de la calidad del producto que de su talento.

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A diferencia de Núñez, no recurre a la cantinela del sacrificio para esconder sus intenciones ni su afán de protagonismo sino a un ideario en el que brillan ideas como ilusión, orgullo y otras palabras que los socios más puñeteros suelen relacionar con la venta de humo. Su optimismo contrasta con un entorno donde abundan el juego sucio y un consenso de todos contra él que maldita la gracia que le hace. Su barcelonismo -de más antigüedad que el de sus rivales- presenta algunas peculiaridades, como si fuera el eslabón entre el barcelonismo acuñado sobre las rodillas de su padre y el de sus cuatro hijos, lo cual le hace parecer menos culé de lo que realmente es. Quizás porque, pese a que se ha metido de lleno en esta campaña, está claro que el Barça no es lo más importante en su vida. No es un reproche, que conste, sobre todo si pensamos en los excesos que otros han protagonizado en nombre del forofismo.

Bassat da la impresión de ser previsor, de los que anotan en un cuaderno sus proyectos y que, además, casi siempre consiguen llevarlos a cabo. Si fuera futbolista, probablemente sería ese centrocampista capaz de lanzar un penalti crucial y que sirve igual para ser capitán que para negociar las primas. De una simpatía auténtica pero deformada por la profesión, es lo bastante diplomático para intentar pactar incluso con los que no lo merecen. Parece más sensato que prudente, y, no sé si por esa sonrisa permanente o por la rapidez con la que atiende la actividad de su teléfono móvil (con logo automovilístico incorporado), uno diría que tiene información privilegiada y que sabe manejarla como esos tipos capaces de abrir el paraguas dos segundos antes de que empiece a llover o de despedirte de su empresa y que parezca que te están haciendo un favor. Los que desde que anunció su deseo de presidir el Barça se han ido uniendo a él, lo ven como un buen gestor con una imagen espléndida, deudora de un pasado tatuado por su papel en los Juegos de Barcelona. Pero me temo que, en su fuero interno, sus aliados más falsos creen que podrán sino manipularle, sí influir para arrastrarlo hacia alguno de las muchos barcelonismos críticos que aglutina su candidatura. Una candidatura marcada por la ilusión en el cambio pero que, aspirando a ser dream-team, corre el riesgo de quedarse en gauche divine y no saber desactivar la tela de araña urdida por sus enemigos y el descarado partidismo de muchos medios de comunicación.

Si gana, en cambio, Bassat tendrá la oportunidad de, gracias a la legitimidad de los votos, marcar los límites de sus múltiples adesiones y mostrarnos las diferencias entre la integración y el integrismo.

Si Núñez confesó más de una vez que, coherente con su gremio, lo que de verdad le gustaba era levantar proyectos que quedasen para la historia, Bassat parece más amante de renovar esta conservadora gestión de visera y manguitos y de catapultar la potente imagen del club hasta el infinito y más allá. Si el nuñismo adulteró los valores intangibles de la entidad para centrarse en una posteridad de superávit y patrimonio, Bassat promete recuperar sentimientos y potenciar el alma de un club que, a veces, parece obsesionado por vendérsela al diablo.

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