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Kilikizarra estiró la garra

Esto es el fin y cualquier medio de hacer el ridículo deja de estar justificado desde hoy. De los siete sentidos capitales, no es el sentido común el que conviene perder en unos sanfermines, sino el del ridículo. Hemos hecho el ridículo, que buena falta nos hacía. Dicen que una noche vieron a la alcaldesa Barcina balanceando sus caderas al ritmo sexy de La bomba. De ser cierta tan inefable visión, mi balance sanferminero no puede ser más optimista: hemos estado a la altura de las circustancias. Lástima que Ana Botella, luego de obsequiarnos con el raro privilegio de su recatada presencia, no se decidiera a bailar algún éxito inmortal de Georgie Dann.Asegura el historiador rumano de las religiones Mircea Eliade que el ridículo es el elemento dinámico capaz de obrar transfiguraciones en la comprensión de las sociedades humanos. Así debió entenderlo en su día el presocrático navarro Ignacio Baleztena, autor del disparate en un acto y una porción de cuadros a cual más chapucero titulado De cómo Kilikizarra murió y estiró la garra. El navarro no se expone así como así al ridículo. El mismo don Ignacio no solía hacerlo si no era con seudónimo. Creo que la práctica de preguerra consistente en editorializar bajo seudónimo sólo persiste en Navarra y su noroeste. Cosas del genoma autóctono y su inmemorial miedo al ridículo.

Prometí hablar un día de menos alegría de la invención del genóma navarro. El triste día en que Kilikizarra estira la garra, cumplo mi promesa. El genóma autóctono es una invención romántica de tradicionalistas locales como Navarro Villoslada (Amaya o los vascos en el siglo VIII) y de eúskaros pamploneses como Arturo Kanpion (Orreaga, balada escrita en el dialecto guipuzcoano). Luego inventamos las ruinas imperiales (Olite, Javier) y las reconstruimos. Los falangistas completaron la decoración (tapices, mazas, auténticas cadenas, laureadas heráldicas). Nadie dudó entonces de que "los navarros, hidalgos venidos a más, no datamos". No me digan que no nos hacen falta unos sanfermines al año para perder el sentido del ridículo.

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