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Comercio ¿justo? ÀNGEL CASTIÑEIRA / JOSEP M. LOZANO

Recientemente ha visitado Barcelona el Estelle, un barco itinerante en apoyo de las iniciativas y las entidades de comercio justo. ¿En qué consiste el comercio justo? Pues en una forma distinta de comprar los productos de los países en vías de desarrollo. Las organizaciones de comercio justo mantienen una relación con los productores más desfavorecidos con el objetivo de facilitarles su acceso al mercado en condiciones mucho más favorables. Visto desde las prácticas hoy dominantes, podría fácilmente definirse el comercio justo como una relación que no es meramente comercial, que va más allá del simple comercio. Sin embargo, por nuestra parte preferimos contemplarlo como una relación comercial que integra la consideración de criterios como la garantía de condiciones laborales y de remuneración dignas, el fomento de sistemas de producción sostenibles y el apoyo a formas de organización más cooperativas.Más allá de su importancia cuantitativa, creemos que la misma concepción de lo que es el comercio justo supone una opción -y no una mera descripción- de gran calado. Subrayar su carácter alternativo comporta aceptar que las relaciones económicas y comerciales son inexorablemente las que son y que ante ellas no hay más cera que la que arde: aceptarlas y someterse o protestar y enfrentarse a ellas. Subrayar su carácter diferencial supone asumir que el comercio justo no trata de ir más allá del simple comercio, sino poner de manifiesto que podemos optar entre diversas orientaciones económicas y comerciales a partir de los criterios que explícitamente integran -o no- en sus actuaciones cada una de ellas. No existe, pues, el comercio propiamente dicho, más allá algunas adjetivaciones brumosas no estrictamente comerciales que le añaden un plus de solidaridad. El debate se orienta a evaluar en qué tipo de relaciones comerciales estamos dispuestos a participar porque nos parecen más plausibles, viables y aceptables. Si se nos permite la comparación, sería algo semejante a lo que se plantea con los llamados fondos de inversión éticos: no pretenden sentenciar que el resto de los fondos no lo son (discutámoslo, en todo caso), sino tomar decisiones de inversión considerando explícitamente no tan sólo criterios de rentabilidad, sino también -y a la vez- criterios sociales y medioambientales.

Esto no es óbice para que, en la práctica, quienes promueven el comercio justo asuman que su tarea es simultáneamente de comercialización, denuncia y sensibilización. En lo que atañe a la comercialización hay que tener en cuenta que, al menos hasta hace pocos años, España era uno de los estados europeos con un menor índice de consumo de productos de comercio justo per càpita. Y sin embargo, todas las encuestas de los últimos años nos confirman que los ciudadanos están dispuestos a asumir algún sobrecoste en el consumo de estos productos. Uno de los problemas más inmediatos en este punto es el de la comercialización, especialmente de los productos más conocidos del comercio justo, como son el café y el cacao. Escudarse en los límites de la capacidad de producción puede ser una coartada, porque aquí también se manifiesta una cuestión de concepción: ¿estos productos deben distribuirse en sus propios circuitos de tiendas especializadas o deben aspirar a estar presentes en los circuitos de distribución normalizados? ¿Es impensable que una marca de café o chocolate tenga su propia línea de productos justos? ¿Cómo se acredita que un producto responde a estas características? ¿Estamos en el inicio de un proceso que debe llevarnos a la creación de etiquetas propias, como existen las verdes o ecológicas?

La función crítica de quienes promueven el comercio justo se suele orientar hacia determinadas políticas comerciales que se imponen a los países en vías de desarrollo y hacia las actuaciones reprobables de algunas empresas transnacionales en dichos países. Parece evidente que sin cambios sustantivos en ambos casos nos encontraremos alejados de la consecución de unos mínimos de justicia en las relaciones económicas y comerciales. Pero la existencia de este doble frentenos lleva al reconocimiento de uno de los aspectos más sugestivos de la sensibilización que promueve el comercio justo. Porque se dirige a la vez al ciudadano y al consumidor. Al ciudadano en cuanto consumidor y al consumidor en cuanto ciudadano. Y en el límite, desdibuja la frontera entre las actitudes y los valores que a veces atribuimos a cada perfil, forjando así la figura del consumidor cívicamente responsable. Solemos decir que la esfera de lo político no debe confundirse con la esfera de lo económico, olvidando que hay valores transversales irrenunciables que deben concretarse en cada ámbito, según su especificidad. Y así adquiere pleno sentido no tan sólo reclamar la primacía de lo político sobre lo económico en lo que se refiere a la organización de la sociedad. También adquiere sentido el desarrollo de un consumidor responsable que decide comprar o no comprar no únicamente en función de la relación calidad-precio, sino también en función de los valores con los que están comprometidas las empresas en sus prácticas comerciales concretas. Y en este sentido no podemos descartar que en un futuro próximo la información relevante que el consumidor espere o valore de determinados productos no se limite a la que le permite calibrar su decisión en términos económicos.

Muchas fronteras se están desdibujando aceleradamente. Hace pocos meses, The Economist se hacía eco de un estudio sobre 113 organizaciones no gubernamentales según el cual el 41% de ellas calificaban sus relaciones con las multinacionales de "hostiles". Pero a la vez consideraban que en el futuro inmediato se multiplicará por cinco el número de empresas dispuestas a colaborar con ellas. Desde nuestro punto de vista, el reto no consiste tanto en ver qué (o cuánto) ganan con esta relación, sino qué aprende cada una de las partes.

Àngel Castiñeira y Josep M. Lozano son profesores de ESADE.

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