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San Millán del cogollo

A. R. ALMODÓVARLa pirueta que se ha montado el PP con el asunto de las humanidades es verdaderamente notable. Y peligrosa. Irse a San Millán de la Cogolla, presunto cogollo de la esencialidad de España, ya es un ejercicio arriesgado. Supone, de entrada, convertir un símbolo lingüístico en un símbolo nacional histórico (atrevimiento no les falta a estos ochocientos de las bulla) y, de salida, llamar la atención con toda clase de redobles, como para una revelación trascendental.

Pasemos por alto lo del símbolo lingüístico, aunque vaya usted a saber dónde nació realmente el castellano (más que en la Rioja parece que fuera entre cántabros, astures y vascones, hartos éstos de no entenderse en la muchedumbre del antiguo euskera; a más de un tercer foco, el burgalés ); o de dónde era el frailón emilianense que tuvo que anotarse unas chuletas en román paladino para entender el latín. Pasemos de largo ante las connotaciones religiosas del invento. Pasemos también la sinonimia entre castellano y español, desde luego nada histórica, si nos ponemos a españolear por el siglo X, cuando este país no existía ni en la mente del Hacedor. Claro que también Charlton Heston gritaba ¡España, España! en aquel inolvidable pastiche de El Cid. Lo malo fue que, en un momento sublime en que enarbolaba su furiosa espada matamoros, se le vio el Rolex que llevaba en la muñeca. Como a estos del PP se les ha visto el plumero.

Pues no se puede hacer más ruido con menos nueces, y esto sí que no podemos pasarlo. Se pone uno a leer el solemne Manifiesto de San Millán, y por más que intenta encontrar algo nuevo, no lo consigue, a excepción de la frasecita y el adjetivo de marras: "Incluir el estudio del pasado común de España". Por mucho menos le montaron los nacionalistas un cirio a doña Esperanza Aguirre, que todavía se escuece. Allá ellos. Todo lo demás es calcado, sólo que a la baja, del dictamen de la Comisión de Humanidades (Junio del 98), resultado de un laborioso consenso, por el que los distintos representantes de las Comunidades Autónomas estuvimos forcejeando varios meses. Ya la Consejería de Educación andaluza lo tomó como base para su Orden de 21 de febrero de 2000, que regula la optatividad en Secundaria Obligatoria, y otras comunidades han iniciado sus adaptaciones propias. ¿A qué viene entonces todo este alboroto del monasterio esencial, para alumbrar un texto tan insípido?

Lo pueril del acto no quita para que se eche uno a temblar pensando en qué manos ha quedado la gobernación de España, y con mayoría absoluta. Las verdaderas intenciones, tan evidentes que mueven a una mezcla de risa y de pena. Después de provocar innecesariamente a las comunidades históricas, también se aprecia la de meterle un dedo en un ojo al PSOE, aprovechando que éste anda en sus debilidades. Ya se relamen imaginando a esta formación dividida en Cataluña, Galicia o País Vasco, a la hora de votar este tinglado de fuegos de artificio que la derecha va a pasear por todo el país, como antes se paseaba el brazo de Santa Teresa. Pues que tengan cuidado, que de las tracas a veces saltan chispas y prenden verdaderos incendios, donde menos se espera.

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